En una noche que atípicamente marcó la despedida para el resto de la temporada de su director titular, Roberto González-Monjas, la Orquesta Sinfónica de Galicia ofreció un hermoso y perfectamente entrelazado programa que destacó por su enfoque en la voz humana como hilo conductor. Desde el Mozart más temprano a los Lieder de Richard Strauss para culminar en la segunda parte con un nuevo Mahler de la OSG, la Cuarta sinfonía, la más clásica y equilibrada de su autor, aunque no por ello menos experimental y vanguardista. El concierto no solo subrayó la versatilidad de la orquesta sino también el talento de la soprano invitada, la alemana Nikola Hillebrand.
Hillebrand deslumbró desde sus primeras frases en las arias de Mitridate, re di Ponto que interpretó: "Al destin, che la minaccia" y "Nel grave tormento". Piezas que exigen a la cantante una agilidad vocal excepcional y una capacidad para la coloratura que nos hace imaginar la destreza vocal de Antonia Bernasconi, cantante para la que Mozart creó el rol. La pureza de tono y la emisión natural y musical, carente del más mínimo vibrato, son las señas de identidad de Hillebrand. Por si fuera poco, Monjas desde el podio —por cierto, molestamente rechinante— permitió que cada nota brillase claramente sobre el acompañamiento vibrante y efusivo de la orquesta. El interludio instrumental de la música incidental Thamos, re di Egipto de Mozart sirvió como puente perfecto hacia la serie vocal straussiana, introduciendo una atmósfera más serena y contemplativa. La interpretación sobresaliente y emotiva de David Villa en el oboe añadió una profundidad emocional que enriqueció notablemente el interludio.
El segmento dedicado a Richard Strauss permitió a Hillebrand explorar aún más la expresividad de su instrumento vocal con cuatro Lieder referenciales, predilectos de su autor: Ständchen, Wiegenlied, Rosenband y Morgen. Cada pieza reflejó diferentes facetas de la capacidad interpretativa de Hillebrand, desde la intimidad de Wiegenlied hasta la exuberancia de Rosenband. En Morgen, acompañada por los solos inefables del concertino Spadano —también lúcido protagonista en Mahler. En todo momento Hillebrand exhibió un dominio del fraseo y una lucidez interpretativa que, junto una orquesta nuevamente en completa sintonía, dieron vida a un diálogo musical de rara belleza y compenetración.

La Cuarta sinfonía de Mahler, devino un complemento perfecto a la primera parte, pues nos retrotrajo directamente al mundo del clasicismo, tanto por la armonía de sus temas, como por su transparencia tímbrica —carente del metal grave— y su orquestación ligera. Es una obra que exige una interpretación equilibrada y detallada, pero que al mismo tiempo esconde punzantes aristas que el director debe resaltar y transmitir al oyente. González-Monjas manejó magistralmente la presentación del material temático —ni más ni menos que siete temas— y el desarrollo del primer movimiento, infundiendo la música con una fluidez y armonía que capturó la esencia de esa peculiar fusión del clasicismo y del lirismo más naturalista de Mahler. Igualmente, los momentos trágicos que anticipan la Quinta fueron recreados con gran efecto para culminar en el paradisíaco e introspectivo pasaje final que conduce a la coda.
Aunque el Scherzo pudo haberse beneficiado de una mayor mordacidad y malicia orquestal, los Ländler fueron interpretados de manera evocadora y bucólica, destacando la capacidad de la orquesta para capturar los matices del mundo mahleriano. Magnífica al frente de las trompas, una vez más Marta Montes, que tras el reto de la Quinta volvió a mostrarse como una consumada mahleriana. En el esperado Ruhevoll hubo lirismo y belleza a raudales, por ejemplo, en el estratosférico Viel langsamer. Sin embargo, en los momentos más agitados como en el Anmutig bewegt hubiese sido deseable un mayor contraste. Un solemne Abgesang y un tutti final lo suficientemente explosivo, se disolvieron paulatinamente en el "Das himmlische Leben". Hillebrand una vez más capturó el protagonismo con una interpretación que trascendió lo terrenal para llevarnos a lo sublime. Su voz, etérea, fluida, libre de vibrato, iluminó toda la obra y trascendió en la estrofa final. Incluso el siempre problemático glissando en dazu lacht fue recreado con imaginación y gusto exquisito. Una voz auténticamente celestial para un viaje al particular elíseo mahleriano.