L’Auditori de Barcelona acogió un nuevo programa de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), bajo la dirección de Ludovic Morlot, que el pasado fin de semana vio aderezada la segunda de sus sesiones, la del sábado por la tarde, con una propuesta artística que diversificó el modelo convencional de concierto. En este sentido no se interpretaron la Fantasía en do mayor, op. 131 de Schumann ni el Concierto para clavicémbalo, cuerdas y percusión de Gerhard sí ofrecidos el viernes y el domingo.
Y es que dentro de sus proyectos de divulgación, Tast d’orquestra (traducible como Cata de orquesta), sólo se programó la Sinfonía alpina de Strauss precedida de una peculiar, graciosa y bien hilvanada perfomance teatral con más aciertos que inconvenientes, y con el toque discutible pero agradecidamente irreverente –y, por qué no decirlo, bastante certero– de que dos supuestos excursionistas decidan pasar la noche en la inmensidad de la naturaleza fumándose un porro, mientras desarrollaban una conversación en torno a muchos temas (desde reflexiones existenciales hasta temas de actualidad) dentro de la tienda de campaña habilitada en medio del escenario. Como telón musical de fondo, cuatro músicos (violín, flauta, chelo y percusión) ilustraban musicalmente algunas referencias explícitas de un guion bien pensado para sugerir otro tipo de viaje. Mejor dicho, dos: el profundo y creativo, y el otro, el de las hierbas. Algo que incomodó a una parte del público, especialmente por haber algunos menores de edad, pero que son peccata minuta ante un breve entremés teatral que, sin duda, siendo una bagatela, aportó frescura y una visión alternativa para adentrarse en la monumental obra de Strauss.

En cuanto a la interpretación de la orquesta y su titular cabe destacar los resultados en general satisfactorios ante una obra que, es sobradamente repetido, se trata de una de sus composiciones más imponentes, no solo por la magnitud de la plantilla orquestal, sino por su capacidad descriptiva, capaz de simular un viaje majestuoso por la cordillera bávara. Desde el primer compás, con ese motivo descendente en la tonalidad de si bemol menor se percibió a un director que también convenció en esta incursión en el gigantismo sinfónico tardorromántico. No obstante, en pasajes como "Wanderung neben dem Bache" (paseo cerca del riachuelo) faltó algo de riqueza en la claridad de texturas y en "Auf dem Gipfel" (En la cima) no se logró el clímax emocional y expansivo debido a un tempo algo rápido. Tampoco pareció que hubiera las doce trompas, dos trompetas y dos trombones fuera de escena que prescribe Strauss. Por lo menos entre la mitad y un tercio menos; algo que si bien restó potencia y sonoridad a este efecto teatral dio mayormente la sensación de una cacería y no la de un ejército avanzando.
Con todo fue una ejecución convincente dentro de una lectura que, sin ser hiperromántica, fue energética y tuvo momentos muy logrados en "Erscheinung" (Aparición), "Vison" (Vision), "Gewitter von dem Sturm" (Tempestad y descenso) y "Sonnenuntergang". A destacar algunos matices como los acentos rítmicos y el rubato en "Der Anstieg" ("La ascensión") y una sonoridad de brillantes y precisos; y unas cuerdas de sonoridad considerable –algo lastrada en colores y volumen en algunos pasajes debido a la sempiterna acústica defectuosa de la sala– que aportaron morbidez a pasajes tan delicados como "Elegia" y "Ausklang".