West Side Story. Musical mundialmente conocido, reproducido e interpretado infinidad de veces; su historia es la de una de las composiciones que han marcado una época y ha mantenido su frescura con el paso del tiempo. También es el relato de cómo una musicalidad, que significó la fusión entre lo cotidiano y lo académico, transcendió una época y quebró prototipos en los géneros musicales. El director y compositor Leonard Bernstein ejecutó la narratividad musical que constituiría esa historia de amor, la de Tony y María, y hacer de ella una obra capitular en la música popular; la imposibilidad de unos enamorados, que remitían a los conflictos de Romeo y Julieta, sirvió de base para que Bernstein pudiese componer este musical que vio la luz en 1957, uniendo mundos a través de sones rockeros, jazzísticos y latinos.

Para esta adaptación sinfónico-operística que el propio compositor realizó con la supresión de diálogos y números transicionales, la producción del Gran Teatre del Liceu contó con la dirección de Gustavo Dudamel. Habitual ya de la casa, Dudamel asumió un rol basado en el potencial rítmico, superponiendo el carisma en una lectura que no contó de seguimiento de partitura siquiera. Cabe decir, además, que el director venezolano fue el encargado de la dirección musical de la banda sonora del remake llevado a cabo por Steven Spielberg en 2021, por lo que el control musical y la brillantez natural que adquirió el sentido de la obra connotaba un dominio de las piezas previas. El ritmo, combinado con el espíritu orquestal, procuró un escenario perfecto para que la energía de la obra fuese la protagonista de la noche, dejando de lado los tecnicismos. Del mambo a la guajira y de las big band a los riff de la guitarra eléctrica, el plantel liceísta llevó a cabo una interpretación en la que destacó la expresividad y el dinamismo de ciertas secciones, como las del metal y, especialmente, la percusión.
Esta comodidad se vio reflejada y traspasada a una interpretación vocal semi-escenificada de un reparto único a la vez que familiar; Nadine Sierra volvió de nuevo a subirse al escenario del Liceu, en compañía de Juan Diego Flórez, y ambos formaron el dúo figurativo, con el acompañamiento de una cantera de voces más jóvenes y con alguna sorpresa de más. Sierra ha demostrado que se hace con cualquier personaje, estilo y complejidad vocal que se le plantee; está en estado de gracia. Del dominio del fraseo, la ligereza de dinamismos, sus dotes escénicas lo atractivo de su timbre son, entre otras cosas, parte de la explicación de por qué es una de las sopranos favoritas del momento.
Compartió escenario con ella un Juan Diego Flórez, quien con la misma complicidad, adaptó su voz a tesituras más bajas haciendo frente al poderío de los hits del musical. Isabel Leonard y Montserrat Seró fueron quienes resaltaron también en la noche, continuando la línea argumentativa de Jets contra Sharks, pero el público contó con la inesperada y corta participación de Sondra Radvanovsky, quien asumió un papel nostálgico en esta interpretación, pero que hizo la noche redonda para muchos.
De sonidos homogéneos y recreando con el disfrute el barrio de San Juan Hill en mitad de las Ramblas de Barcelona, el estreno se consolidó con una ovación extendida por minutos, en la que todo el elenco se vio inmerso entre vítores del público.