El Foyer del Gran Teatre del Liceu ha despedido una de las obras más representativas y vanguardistas del compositor catalán Robert Gerhard, permanecida postergada más de lo querido. Muchos años han tenido que pasar para que su danza y su música se dieran cita en el teatro, lugar final al que se dirigían y que, debido al estallido de la Guerra Civil, tuvieron que esperar y permanecer ocultos. Tanto que casi se nos olvida que existían. Les feux de la Saint Jean, Soirées de Barcelone o La nit de Sant Joan. Una creación musical en la que Ventura Gassol aportó el libreto y Joan Junyer, la escenografía. El resultado es una obra esceno-musical que revuelve las condiciones más atávicas de la cultura popular catalana; protagonistas son las danzas, los diablos, los hechizos y los capgrossos. Todo un imaginario ancestral y mágico envuelto por el fuego.
La producción cuenta con un cuerpo de siete bailarines de la compañía de danza de Antonio Ruz, siendo éste el responsable de la dirección y coreografía para revivir el espíritu de Gerhard, que se encargan de evocar la fantasía y el misticismo, además de contarnos una historia de amor forjada en el Pirineo y con la llegada de un amanecer. Junto con la Fundación Juan March, coproductor del desarrollo, Ruz ha tenido que idear el trabajo corporal de cero. A diferencia de los bocetos testimoniales de Junyer, Gassol y Gerhard, irrecuperables son cualquier anotación de Léonide Massine, coreógrafo de los Ballets Rusos de Montecarlo y encargado de coreografiar el trabajo de La nit. Como punto de inspiración, utiliza los bosquejos de Junyer para la creación de un vestuario onírico, encargada de llevarlo a cabo Rosa García Andújar.

Miguel Baselga fue el responsable de interpretar esta versión pianística; un entramado de citas al folclore catalán, ocultas todas ellas, entre diferentes modos y tonalidades de sus secciones. Los pentagramas apuntan a las melodías tradicionales de las comarcas del Pirineo y a la evocación de sus festividades. Una ejecución de la versión original para piano pulida y con pronunciados acentos en los cambios de cuadro, siendo incisivo en la sincronización de espacio y atmósfera del argumento. La partitura de Gerhard representa una hora de intensidad con el instrumento, pero Baselga tiene dominio y cerró el ballet con una coda que parecía la primera que entonaba. Desparpajo y brillo.
Las danzas terrenales, las fallas de Isil y el culto al fuego purificaron el Foyer, que definitivamente se quedó corto en espacio y restó comodidad a la función. El éxito de la representación no se vio mermado por ello, pero la cuestión espacial es un tema importante y se debería evitar que el escenario y sus figurantes acaben, literalmente, encima del público. Discrepancias a parte, lo importante sucedió: después de décadas, la hoguera de La nit de Sant Joan se presenció finalmente.