Ayer en el escenario del teatro catalán, se dieron cita grandes nombres de la historia de la música, reunión en la que la temática amorosa fue el motor de todo el concierto. La misma historia, oída miles de veces y con finales diversos, pero en la que todos reconocemos diversos factores y/o valores que todavía siguen vivos, conservando la fuerza como para volver a conmover. El amor puede venir acompañado del engaño, el dolor, la traición o de la propia muerte, y todo eso se transmutó en música en las diferentes partituras dedicadas a estas historias que a veces comparten el mismo final. Las obras de Tchaikovsky, Strauss y Prokófiev fueron las encargadas de enmarcar las muestras de triunfos y desgracias de los enamorados, en el que la Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu con la dirección del actual director de la Orquesta y Coro Nacionales de España, David Afkham, representaron las diferentes muestras de los compositores.

Abrió la veda la Obertura-fantasía de Romeo y Julieta de Tchaikosvky, donde se pudo comprobar las prioridades del director alemán. Afkham cuida mucho de equilibrar las fuerzas sonoras que suman el protagonismo en la obra, dando como resultado un agradecido equilibrio entre la potencia del sector destacado sin que el resto de orquestación lo solape, con el peligro de arruinar el cenit. La entrada de vientos junto a la inclusión de las cuerdas marcaron el inicio del primer tema; empezando con la presencia de las flautas y los violines con pizzicato y seguido de la contraposición que vendrían nuevamente de las cuerdas y los metales que marcaría el siguiente tema, aludiendo a la rivalidad entre Montescos y Capuletos, los trazos de las diferentes temáticas comenzaban a mezclarse. La dirección de Afkham puntualizó los cambios de dinámicas con vitalidad y subrayó también su gusto por los detallismos. La intensidad de la percusión junto con el ejercicio del sector de violines y flautas dio paso al tema más representativo de la obra, dedicado al amor de los protagonistas. La emotividad y el sentido que volcó el alemán en la ejecución de la dirección es algo que acompañaría al resto de las piezas. Los trazos románticos volcados en las cuerdas precedieron a la recuperación del tema inicial de un modo muy intenso, donde de nuevo el protagonismo recaía en las trompetas y violines, difuminando la idea del primer bloque de la obra, dado el final de los jóvenes amantes.

Siguiendo con el programa, la siguiente interpretación fue la suite de la ópera Der Rosenkavalier de Strauss. Abrieron trompas y violines como motivo del triunfo (esta vez sí) del amor entre los protagonistas, donde la fineza del fraseo inicial y la potencia de la intersección de vientos que le seguía mantuvieron el cuidado de resaltar la visión de Afkham. De nuevo, la relevancia de focalizar la intensidad de los instrumentos indicados vuelve a ser la máxima, especialmente en las secuencias de los vals; gracias a una realización medida por la batuta del director, el conjunto no pierde las líneas expresivas de la partitura y se concentra en remarcarlas en secciones. Afkham tiene la aparente facilidad de llevar la compensación de toda la orquesta en un único plano sonoro, esmerándose en los matices y en equilibrar las sonoridades sin dejar que se superpongan. Resaltar también su versatilidad en la expresión corporal contribuyendo a acentuar las indicaciones y haciendo un acompañamiento realmente potente. Destacaron ante todo unos metales y cuerdas luminosos, remarcando el tema principal hasta su rotura con la presentación del vals del Baron Ochs, entre otros pasajes. 

Para finalizar y siendo la pieza principal del programa, las suites del ballet de Romeo y Julieta de Prokófiev pusieron punto y final al concierto. Dance of the Knights abrió la primera escena de las varias más que vendrían. Afkham enfatizó la fuerza de las partes descriptivas resaltando las tensiones armónicas de todo el conjunto y manteniendo la complejidad rítmica. También Death of Tybalt fue una de las más representativas, donde los violines hicieron un sprint final mientras los metales mantenían el tema principal a medio fondo. Destacando por último, la escena que fue el ejercicio y conclusión final de toda la voluntad de la orquesta y de Afkham, The Death of Juliet. Se consiguió deslumbrar equilibrando las fuerzas de todas las secciones, siendo las cuerdas quienes llevasen toda la carga dramática y los metales quienes marcasen el final de la tragedia.

La lectura puramente musical que brindó la Orquesta Sinfónica del Liceu y David Afkham acabó siendo una gran muestra de dominio técnico y capacidad expresiva a partes iguales, y siendo recompensados con largas ovaciones en este planteamiento cargado de energía y romanticismo, cumpliendo el objetivo de hacer sonar la música de los enamorados.

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