Teodor Currentzis y su formación orquestal, musicAeterna, hicieron parada en el Palau de la Música Catalana como uno de los destinos en su gira de celebración por el bicentenario nacimiento de Anton Bruckner, celebrado con su Novena sinfonía: obra monumental, inagotable e inacabada. Como uno de los hitos de la modernidad musical –por su ruptura formal, tonal y armónica del siglo XIX– esta sinfonía representa un catálogo de posibilidades interpretativas, disponiéndola como motivo per se para dedicarle un concierto. Y bajo la dirección del director greco-ruso, conocido y reconocido por su mirada transgresora, Currentzis y musicAeterna tuvieron por delante un ejercicio exhaustivo en el que se combinaban la monumentalidad arquitectónica de masas sonoras, amalgamas cromáticas y una introspección compleja hacia el espíritu de la obra, formulada por la exploración tonal y expresiva de un mundo sinfónico disonante y de múltiples contrastes.
Con un carácter procesal (siguiendo el tratamiento temático que Bruckner fijó, siendo lo más cercano a un ‘diálogo con Dios’), Currentzis desarrolló los cuatro movimientos con una clara intencionalidad evolutiva en su lectura; a gran escala, los diversos capítulos se entrelazaron de forma que los saltos interválicos, las escaladas cromáticas o los cambios formales se viesen aunados en una expansión sonora, deviniendo en una gran ola expansiva de sonidos yuxtapuestos, que ascendían y descendían a modo de oleaje. Marinando todos estos elementos, el conjunto musicAeterna demostró, nuevamente, el potencial con el que cuentan para abastecer de sentido una obra; los tratamientos del silencio, la ampliación del campo interpretativo y la transcripción de la transcendencia que evocan las líneas de Bruckner, entre el misterio y la revelación envuelto en una forma que se estiraba y encogía, hicieron de la obra culmen del compositor una clase revisionista que constituyó un regalo para los melómanos del sinfonismo tardío.
Currentzis elevó el trato sonoro del conjunto a través de la forma que le aportaba a las masas de las secciones; el acoplamiento entre vientos, cuerdas y metales, junto a una lectura enfocada en los detalles de las progresiones armónicas, hicieron del todo un sonido inseparable que reforzaron la profundización de una nueva dimensión bajo la batuta de Currentzis. Todo el aparato orquestal respondió a una tónica aplastante desarrollada durante todo el ejercicio: la convivencia entre la concentración de la amplitud de todos los sonidos en un núcleo intimista, que albergaba el sentido de la obra.

Carreras de ascensos y descensos en las exposiciones fueron los que marcaron el Fierelich, así como los trémolos de las cuerdas, los fortissimo orquestales, los crescendo intensificados de los ritmos a través de las recapitulaciones; en el Scherzo serían los pizzicato de las flautas y las figuras rápidas de los vientos, y los ritmos martilleados contrapuestos con el lirismo de las cuerdas. Ningún instrumento llega a ser solista, idea que se arrastra al resto de movimientos y que reforzaba, ya en el inicio del tema, la vinculación con lo expansivo del desarrollo. El Adagio destacó por los metales apoyados en las cuerdas, en una atmósfera que discurría entre dos temas que desplegaban la totalidad cromática del clímax de la pieza, hasta llegar a un Finale retomando la tonalidad inicial en una cadena secuencial de pasajes que formaban una fuga a medio concluir.
El apoteósico recorrido de musicAeterna, bajo las directrices de Teodor Currentzis, provocaron los vítores -una vez más- a una de las formaciones más destacadas del momento, que logró, a falta de un final compositivo, un triunfo concluido sobre una de las obras más representativas del Romanticismo tardío.