Jordi Savall forma parte de esa categoría de maestros especiales. De aquellos que cuando uno escucha por primera vez, tiene la sensación de haber entrado en el Valhalla. Automáticamente uno sabe que ha descubierto algo, aunque no se sepa el qué. Y a medida que escucha más, todo parece mejor que lo anterior, o como poco, es siempre inspirador y refrescante. Cuando uno ya integra a una figura de esta talla en sus conciertos habituales, la atención del oyente transmuta. Hay una cambio relevante en el hecho de asistir: ya no es un concierto, es un ritual. No exagero cuando digo que, y quien tenga a un director o músico predilecto lo entenderá, la atmósfera cambia. Hasta el punto de llegar a presenciar disputas entre vecinos de butacas por la iluminación de sus dispositivos móviles. Cualquier cosa que pueda corromper la experiencia, perturba, y más de lo que uno piensa. Cabe decir que a estas alturas está más que demostrada la actitud de algunos, que no acaban de entender ciertos códigos de conducta en una sala de conciertos. Indiferente es que esté Savall o no. En este caso, entiendo a nuestro compañero de butaca molesto con los smartphones.
Dentro del marco de Festival Clàssics, este concierto dedicado a las danzas populares, las glosas y las épicas de batallas de finales del siglo XVII fue una muestra del arte de la improvisación de Savall y el conjunto Hespèrion XXI, así como una oportunidad más para dar a conocer las posibilidades en variaciones musicales que estas obras conservan a día de hoy con deslumbrante frescura. Uno de los objetivos que persigue Savall es la reivindicación de repertorios abandonados, ocultos e incluso inéditos de la música antigua; muchas partituras y compositores han visto la luz gracias a la dedicación de este especialista en investigar el entorno de su concepción y revalorizar su presencia en la historiografía musical. Su trabajo de investigación se alza en cuanto se escucha un programa como el de este concierto, en el que tiene presencia desde una tonada hasta un fandango. La pluralidad de resultados originados por esta reinterpretación a través de la viola da gamba, la tiorba, la vihela, el arpa o percusiones heterogéneas de la mano de Xavier Díaz-Latorre, por destacar a otro de los brillantes de la noche seguido del maestro violagambista.
El programa, variado y sugestivo, mezclaba diferentes elementos entre los que destacaban los del ámbito de la folía y la danza popular; el protagonismo absoluto fue del uso de instrumentos tradicionales, en el que Savall dedicó un especial cuidado en la afinación de sus tres tipos de viola, destacando también la variación de ritmos. Los temas musicales viajaron por territorio hispánico (puramente instrumental), al francés (de diversa temática poética) hasta el anglosajón/intercontinental (gala de improvisación), haciendo de la muestra un viaje dividido por tres fases. La diversidad rítmica proliferó entorno a los recursos instrumentales del rastro cultural de estos territorios y que todos los componentes armonizaban. Aunque destacando forzosamente los solos de Savall, quien demostró una vez más sus capacidades interpretativas, dominio del particular instrumento y la conexión que logra establecer entre pasado y presente. Frescura en el diálogo musical y novedad en la escucha; más que una premisa que parte de la recuperación, bien se podría decir que más bien parte de la reanimación.
Música que logra unir culturas y establecer conexiones históricas a través de sus instrumentos y su reciprocidad cultural. Una mirada a la vigencia de estas Follies, Batalles i Planys que revaloriza la música y reaviva al oyente.