El último concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi tuvo un arranque inesperado. Todo parecía ir bien en un primer momento, al delicado sonido con el que inician la obra los violonchelos, le respondió el coro con un pianísimo casi inaudible, pero lleno de una tensión que fue creciendo hasta romper con fuerza en el fugado y a capella “Te decet hymnus”. Todo según lo previsto hasta aquí, pero fue en este momento, iniciada la reexposición del primer motivo, cuando el timbre ronco de un móvil rompió el suave clímax con el que la obra había comenzado. El improcedente ruido acompañó la interpretación durante lo que parecieron unos segundos interminables, y así se lo debió parecer al maestro Robert Treviño, que interrumpió la actuación girándose hacia el público, sin mediar una palabra, pero con un gesto bastante expresivo, sin que todavía se hubiera detenido el molesto sonido.

Si alguien tenía alguna duda sobre si el desagradable incidente iba a influir negativamente en la interpretación, en forma de alguna pérdida de concentración o similar, tanto el maestro como los solistas, coro y orquesta no tardaron más que un par de compases en demostrar que no estaban por la labor. El segundo comienzo consiguió la misma tensión inicial, que se desarrolló en un continuo crescendo hasta explotar en un enérgico y espectacular “Dies irae” tanto de la orquesta como del coro. Tras este frenético número, las trompetas distribuidas teatralmente en los laterales del escenario inician las primeras notas del “Tuba mirum”, desde un frágil piano hasta un poderoso tutti orquestal donde el viento metal brilló sobremanera hasta la incorporación exultante del coro.

La mezzosoprano, Susanne Resmark, brindó el momento más operístico de la noche. Su interpretación del “Liber scriptus” desprendió carácter verdiano por todos los costados, llena de una intensidad y dramatismo destacables. Con la irrupción del coro y la orquesta en el “Rex tremendae” se produjo otro de los momentos cumbre en la interpretación, con un sonido contundente, pero proporcionado. Los cuatro solistas, Amanda Pabyan, Susanne Resmark, Aquiles Machado y Rafał Siwek realizaron una notable labor. Solventaron con igual éxito tanto los momentos de más exigencia personal, como los colectivos, haciendo que el nivel general no decayera en ningún momento. Destacando desde el arriesgado y comprometido “Recordare” entre la soprano y la mezzo. El “Lacrymosa”, que junto con el coro interpretaron de manera magistral, o el “Offertorium”, que con un elegante sonido en las cuerdas nos llevó a un acelerado “Sanctus” que marcaba el inicio del tramo final de la obra. Momento donde el papel destacado lo ocupó el “Libera me” que la soprano, y especialmente el coro, resolvieron de manera excelente.

Poco más se puede pedir a la interpretación del Orfeón Donostiarra. Demostró el amplio rango de matices que posee desde el pianísimo inicial hasta los momentos más potentes. Ajustado en tempi en todo momento, tanto en los movimientos más unísonos, como en los fugados sonó empastado y brillante sin mostrar en ningún momento ninguna debilidad. Sin lugar a dudas, realizaron un trabajo sobresaliente. La interpretación de la orquesta y del maestro fue asimismo destacable. El director mostró siempre un gesto claro que contribuyó a obtener una interpretación dinámica y desbordante de la energía que la partitura contiene. Pendiente en todo momento del más mínimo detalle tanto de la orquesta, como del coro o los solistas fue capaz de encontrar el delicado equilibrio sonoro entre las diferentes partes. 

En conclusión, una interpretación del Requiem de Verdi más que notable, donde la Orquesta Sinfónica de Euskadi y el Orfeón Donostiarra resultaron los absolutos triunfadores de un concierto que puso fin a la temporada de abono por todo lo alto.

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