El debut de Roberto González-Monjas con una justa dirección, al igual que como solista al violín, y la estilosa violista Sara Ferrández en la Orquesta de Extremadura fue un embarque creciente de juegos dialécticos y profundos contrastes. Hommage à Mozart de Jacques Ibert fue la primera y bella pincelada para disponernos en el colorido del concertante característico de todo el programa. Con un tempo bastante ligero y unas correctísimas dinámicas, el director vallisoletano mantuvo con gracia y empaque la unión entre los diferentes grupos instrumentales. No obstante, en algunas partes solistas los vientos aparecieron desdibujados respecto al apoyo de las cuerdas. Con todo, González-Monjas asentó una buena base para desarrollar con más precisión el peso de la articulación de la cuerda que venía a continuación.

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Roberto González-Monjas al violín y Sara Ferrández a la viola junto a la Orquesta de Extremadura
© Orquesta de Extremadura

La Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta de Mozart fue una inmersión en un magistral despliegue de planteamientos y retos entre los solistas. Con un tempo un poco acelerado, los vientos, aún algo desubicados frente a la dirección de la cuerda, y con el énfasis en las secciones rítmicas del tutti atravesaban con luminosidad el Allegro maestoso. Sin duda, la sección Andante fue donde se alcanzó mayor peso atmosférico gracias a la naturalidad y profundidad con que traza las líneas melódicas Ferrández, y al magnífico acompañamiento de la orquesta. Debo mencionar el fantástico duelo en la tercera parte, resultado del lirismo sostenido por la elegancia en los saltos del arco y el juego con el tempo de Ferrández y de la claridad e impulsividad de González-Monjas al violín. Además, este diálogo fue acrecentándose con la densa masa sonora trasmitida por unos geniales vientos y contrabajos. Ante la resolución tan vivaz y juguetona, el público quedó imbuido en una alegría diletante correspondida con varios bises. Entre estos, el director y la solista madrileña sorprendieron con la adaptación para violín y viola de Des Mädchens Klage (El lamento de la doncella) de Schubert. Esta concisa y difícil pieza fue una pequeña tormenta en la que las olas continuas desgarraban el magnífico poso de notas graves emanadas de la viola de Ferrández, pero con atisbos líricos de esperanza en el cortado violín de González-Monjas. La crudeza de este breve llanto se asentó en el Palacio de Congresos de Cáceres, enmudecido por unos instantes antes de romper en aplausos.

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El director Roberto González-Monjas
© Orquesta de Extremadura

En la segunda parte del concierto se volvió a la influencia del Clasicismo, pero con una expansión del sonido orquestal algo desenfadada con la Sinfonía en re menor de César Franck. Las dinámicas contrastantes y la estupenda unión entre orquesta y director llegaban a captar la atención para las pequeñas paradas solistas en la primera parte. Sin embargo, los vientos dejaron poco espacio al superponerse a los violines. En Allegretto se dibujaron mejor las atmósferas sonoras con una grandiosa sección de cuerdas graves. La suma de los pizzicati exagerados terminó de balancear con mesura la incertidumbre atmosférica con los movimientos danzantes del director. En el último movimiento González-Monjas supo cómo restar solemnidad y oscuridad al aportar peso y brillantez a los vientos y con unas gráciles entradas de los diferentes timbres. La fe y luz volvieron con firmeza y se asentaron en comunión perfecta entre orquesta y director.

González-Monjas condujo la velada con pulso firme y un correcto control sobre las obras, también, por supuesto, en las secciones de solista, lo cual, sumado a la madurez y naturalidad de Sara Ferrández en las charlas entre viola y violín, se alzó en un vuelo destellante y medido.

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