La inauguración de la Temporada Lírica de Amigos de la Ópera en La Coruña rindió homenaje al centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini con una emotiva representación de La bohème, obra emblemática del compositor y del repertorio operístico universal. En el habitual intercambio de sedes entre el Teatro Colón y el Palacio de la Ópera, este último fue el escenario elegido para el evento. La amplia plantilla orquestal que requiere la partitura encontró un perfecto acomodo en el foso del Palacio, permitiendo una recreación orquestal brillante y matizada. Sin embargo, la propuesta escénica de Danilo Coppola, planteada en torno a una cúpula semiesférica que servía como eje central de la acción en los cuatro actos, generó ciertas limitaciones. Siendo una solución económica y visualmente aceptable, restringió considerablemente el espacio escénico. Esto afectó especialmente a las escenas que requerían presencia coral y dinamismo, como el bullicioso segundo acto en el Café Momus y las atmósferas más sombrías y sórdidas del tercer acto en la barriada de París. Incluso, en varios momentos clave, la estructura esférica se convirtió en un obstáculo para los movimientos escénicos.
Los grandes triunfadores de la noche fueron las voces y la inmortal música de Puccini, que más de un siglo después de su composición sigue emocionando y empatizando profundamente con el público. La orquesta, bajo la dirección de José Miguel Pérez-Sierra, desplegó una interpretación llena de autoridad y energía, haciendo justicia a la rica orquestación pucciniana. Sin embargo, en ciertos pasajes, especialmente en el primer acto, su volumen sobrepasó a las voces, quedando estas injustamente opacadas. Pérez-Sierra optó por tempi ágiles que aportaron frescura y vitalidad a la ejecución, empatizando con el carácter juvenil y apasionado de la acción. Sin sobreexplotar los momentos más almibarados de la partitura, logró que la conexión entre foso y escenario fluyera cohesionada. Únicamente eché en falta una mayor carga dramática en la conclusión orquestal de la ópera, en la que no hubiera estado fuera de lugar acentuar el pathos inherente a la acción.
La soprano Miren Urbieta-Vega brilló en el papel de Mimì. Su voz, de timbre aterciopelado y homogéneo en todos los registros, se mostró ideal para las exigencias líricas del personaje. Sobrada de volumen, exhibió al mismo tiempo un manejo excepcional de las dinámicas, pasando del pianissimo al fortissimo con facilidad y musicalidad milagrosas. Su control técnico notable, con legato fluido y pianissimi bien proyectados, añadió la máxima expresividad a sus intervenciones. Su "Mi chiamano Mimì" destacó por la calidez y la sinceridad emotiva que transmitió, aunque en algunos momentos escénicos transmitió cierta incomodidad que restó naturalidad a su personaje. Celso Albelo encarnó a Rodolfo con solvencia. Su instrumento, lírico y brillante, mostró una emisión clara y un fraseo elegante. Sin embargo, en "Che gelida manina", su interpretación evidenció cierta tensión en el registro medio, que le impidió alcanzar el brillo y la fluidez habituales en su canto. A pesar de ello, su química con Urbieta-Vega fue palpable, especialmente en los duetos donde ambos lograron momentos de gran intensidad lírica.

Massimo Cavalletti ofreció un Marcello sólido tanto vocal como escénicamente. El barítono, de color oscuro y emisión consistente, supo aportar humanidad al personaje. Helena Abad mostró una voz lastrada por un vibrato excesivo y de proyección limitada. Esto afectó a la claridad de su línea de canto y restó brillo a sus intervenciones, especialmente en el crucial "Quando m'en vo'". No obstante, mantuvo una presencia escénica llena de vivacidad y coquetería. Simón Orfila brilló en el papel de Colline. Su voz profunda y resonante aportó solemnidad al personaje, y su interpretación del aria "Vecchia zimarra" fue uno de los puntos culminantes de la noche, con un control del legato y una expresividad conmovedora. Manuel Mas como Schaunard completó el cuarteto bohemio con una actuación convincente, mostrando buena interacción con sus compañeros. Los coros, tanto el Coro Gaos como el Coro Infantil Cantabile, ofrecieron una participación notable, coordinándose a la perfección con música y acción.
En definitiva, fue una velada en la que prevaleció la música y la esencia de Puccini por encima de todo. La fuerza emotiva de La bohème se mantuvo intacta gracias a una representación que nos recordó la vigencia de los temas universales que aborda la obra y la capacidad del arte para confrontarnos con las problemáticas sociales que, un siglo después, siguen siendo rabiosamente actuales.