Tras su ecléctica primera propuesta con la Sinfónica de Galicia, Markus Stenz, planteó para su segundo programa un concierto más denso y exigente: la poderosa Quinta sinfonía de Mahler precedida por el Concierto para violín de Schumann. Obra maldita, esta última, desde su mismísima creación en los albores del trágico final de Robert Schumann y rechazada por su propio círculo más fervoroso –Clara, Brahms y Joachim– no vería la luz hasta 1930 en unas sorprendentes circunstancias esotéricas y políticas.

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Markus Stenz
© Max Heiliger

Innegablemente, obra árida y atípica, afortunadamente, no nos era desconocida, ya que Patricia Kopatchinskaja había ofrecido una interpretación excepcional en el año 2016. Sumando a esto los méritos schumannianos de Stenz demostrados en el concierto previo, esperábamos una definitiva reivindicación de la obra. En efecto, junto a la violinista Liza Ferschtman, quien debutaba con la orquesta, se presentó una versión impecable del concierto. Stenz delineó la estructura simétrica del In kräftigem que abre la obra, equilibrado y majestuoso, con sus dos temas principales –omnipresentes Eusebio y Florestán– robustamente construidos, llenos de vida y emoción. Liza Ferschtman, enfrentando el desafío de una obra no solo virtuosística sino también ingrata en lo melódico, mostró una completa sintonía con la partitura y el director, exhibiendo técnica y sonoridad excelentes. Fue especialmente conmovedor el Langsam con sus melodías ingenuas apenas insinuadas que llegan al corazón del oyente sensible, más aún considerando las circunstancias de su composición. El inspirado acompañamiento de Raúl Miras al violonchelo complementó perfectamente a la solista para crear una atmósfera camerística emotiva desde el inicio del movimiento. El criticado Lebhaft final, a menudo tachado de repetitivo, no resultó monótono en absoluto y estuvo envuelto en la misma armonía que caracterizó al primer movimiento.

Como bien es sabido, la Quinta sinfonía está estrechamente ligada a la Orquesta Gürzenich de Colonia, de la cual Stenz fue director durante una fructífera década. Durante este período, grabó la obra completa de Mahler, logro del que pocos directores vivos pueden presumir. Stenz es reconocido por su peculiar estilo: incisivo y microscópico, con una atención absoluta al detalle y un manejo exquisito de las dinámicas. En la música de Mahler, el riesgo es que la arquitectura global se resienta por la atención excesiva a los detalles. Afortunadamente, no fue así y Stenz ofreció una interpretación equilibrada desde el primer momento, alcanzando la deseada integración entre los aspectos microscópicos y macroscópicos de la partitura.

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Markus Stenz
© Max Heiliger

La Trauermarsch del primer movimiento fue delineada con gran matiz, flexibilidad en la expresión y una moderación cuidadosa, claramente alejada de las interpretaciones más intensas, como la referencial de Bernstein con quien Stenz compartió su último verano en Tanglewood. La fanfarria de la trompeta, tocada espectacularmente por el principal Manuel Fernández, fue un comienzo insuperable a una gran noche suya, que en absoluto fue empañada por algunos deslices, curiosamente en pasajes menos conflictivos. Los interludios expansivos y el cuidado sforzando cierre del primer movimiento dieron paso al cataclismo del Sturmisch. Fue vívido hasta lo indecible, aunque personalmente, me quedaría con el Langsam central de los chelos, sublimemente fraseado.

El Scherzo fue nuevamente un reto, en este caso para la nueva principal, Marta Isabella Montes, quien enfrentaba el escrutinio del público y compañeros. Para felicidad de todos estuvo extraordinaria, con una interpretación musical al máximo, un sonido redondo, poderoso, brillante y limpio. Contar con solistas tan talentosos y jóvenes es realmente un lujo para la OSG. El Adagietto fue el mejor momento de la noche, por su tiempo bien equilibrado y por la lucidez con la que Stenz graduó las dinámicas como por ejemplo en la plegaria central o en la disolución final. El Rondo final constituyó una desbordante explosión de alegría, con un ritmo vivo, rápido y festivo. Aunque en ocasiones el contraste entre el tema del hohe Verstanden y el tema del Adagietto, así como todos los pasajes contrapuntísticos, pueden resultar chocantes, Stenz dio vida a este fascinante collage para concluir en un apoteósico final que fue recibido con largos y merecidos aplausos; sin duda, fue uno de los grandes momentos de la temporada.

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