Tras la presencia de Víctor Pablo Pérez, el azar ha hecho que el siguiente concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia estuviese protagonizado por su sucesor en la orquesta, Dima Slobodeniouk en la que era su primera presencia como invitado. Momento especialmente emotivo para el que el director moscovita planteó un programa atractivo y exigente. La OSG ha sentido desde siempre una especial afinidad por la música de Thomas Adès, hasta el punto de que en 2012 fue la responsable del estreno en España de su Concierto para violín. En este, ofrecía en primicia española su segundo Concierto para piano y orquesta, obra estrenada en 2019 por el solista invitado, Kirill Gerstein, con la Sinfónica de Boston.

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Kirill Gerstein
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Las expectativas no se vieron defraudadas. A lo largo de los tres movimientos del concierto, Adès da vida a un mundo sonoro rebosante de imaginación y de inspiración, en el que, sin renunciar a la modernidad, consigue un resultado muy accesible para el oyente. La estructuración clásica de la obra y las continuas referencias a ilustres antepasados, como Gershwin y Britten, constituyen un punto de apoyo esencial. Por encima de todo, es una obra capaz de concitar emociones, no de forma tradicional, sino por su abigarramiento y colorismo, que rozan lo psicodélico. Para ello, Adès emplea una orquesta no muy amplia en efectivos, pero con una nutrida sección de metales y percusión. En esta última sección fue crucial la lúcida aportación de José Trigueros, multiplicándose éste con la lira, el xilófono (abrumador su solo al final del Allegremente), y los gongs tailandeses. El protagonismo de estas secciones se vio acrecentada por la concepción de Slobodeniouk, concediéndole una especial preponderancia a la orquesta. Esto es especialmente llamativo al comparar su visión con la grabación del estreno en la que Adès se focaliza en el solista, quedando la orquesta relegada a un segundo plano. Pudimos por tanto disfrutar al máximo de la exuberante orquestación de Adès, sin que se resintiese lo más mínimo la voz del piano, pues Gerstein exhibió su habitual sonido, poderoso y rotundo. Los más reticentes a la contemporánea pudieron disfrutar de su arte en la versión de Rachmaninoff de la Serenata de Kreisler.

Dima Slobodeniouk © Orquesta Sinfónica de Galicia
Dima Slobodeniouk
© Orquesta Sinfónica de Galicia

En la segunda parte nos sumergimos en el Mahler de Slobodeniouk, compositor con el que se ha forjado a lo largo de su etapa en la OSG, dirigiendo las sinfonías 2ª, 3ª, 4ª, 6ª, 9ª y Canción de la tierra; pero la Primera únicamente a la Orquesta Joven OSG. Fue una interpretación fidedigna a su Mahler: máximo objetivismo y fidelidad a la partitura, al estilo de un Boulez, en las antípodas del Mahler neurótico de Bernstein. Este planteamiento austero a veces roza el peligro de resultar rutinario, y más aún en una obra como esta, fruto de la apasionada inspiración de un intrépido veinteañero. Y justo fue eso lo que sucedió en los movimientos pares.

En el primer movimiento el Langsam inicial careció de misterio, con tímidas entradas de las maderas. Las trompetas en la lejanía, in die Ferne, impecables en su ejecución, requerían una mayor presencia y la aparición del camarada errante careció de la vitalidad que requiere semejante exaltación de la belleza mundana. En el impresionante Lento faltó dramatismo, etc. Fueron más acertados los movimientos pares; en el Scherzo, muy especialmente por su trío, delicado y evocador con unos mínimos retardandos en el fraseo. El tercer movimiento contó con los solos extraordinarios del contrabajo de Diego Zecharies y las intervenciones del clarinete Juan Ferrer, toda la noche inspiradísimo. Sin embargo, la banda klezmer resultó comedida al máximo. El Stürmisch bewegt fue lo mejor de la noche. Sin ser decididamente tormentoso en su primer tema, ni especialmente romántico en el lírico segundo tema, tuvo momentos gloriosos como en la primera presentación de lo que será la fanfarria final y toda la sección final. Slobodeniouk optó por la acertada decisión de levantar a las trompas en la conclusión, algo infrecuente en el Palacio de la Ópera, pero el resultado sonoro fue menos impactante de lo esperado. En resumen, no fue una Primera titánica, pero sí íntegra y coherente con la concepción de Slobodeniouk, y que innegablemente dejó una muy buena sensación en todo el público asistente.

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