Hace año y medio, cuando todavía la vida musical estaba renaciendo tras la pandemia, Roberto González-Monjas se ponía por vez primera al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Nadie podía imaginar que su retorno a la orquesta significaría su presentación como nuevo titular de la misma. Un salto vertiginoso, no flor de un día, sino resultado de una carrera construida en un trabajado crescendo desde sus más tempranos inicios pucelanos. No es de extrañar que se respirase en el Palacio de la Ópera un ambiente de gala, con una magnífica afluencia para ver en acción al nuevo alma mater de la OSG.
No menos importante que el arte de dirigir lo es el arte de programar y en ese sentido González-Monjas diseñó un apasionante menú, reflejo de su eclecticismo. El Preludio, coral y fuga de Ottorino Respighi es una esplendorosa partitura de juventud, injustamente olvidada. Breve, pero rebosante de ideas, la soberbia técnica orquestadora de Respighi confiere a sus temas una grandiosidad que entronca a su obra con la de sus ilustres contemporáneos. Desde la anacrusa inicial González-Monjas mostró las líneas fundamentales de su peculiar estilo en el podio: máxima extroversión e intensidad, pero sin que en ningún momento sus gestos resulten gratuitos o excesivos. Al contrario; indicaciones continuas, claras y precisas a cada sección, siempre al servicio de la música. La orquesta estuvo a la altura del reto, extrayendo el máximo partido de las virtuosísticas posibilidades que la obra ofrece.
Fue un auténtico deleite de principio a fin, con momentos sublimes como el gran clímax del preludio y su resolución en el sobrecogedor coral de las trompas. La incisiva fuga, expuesta y desarrollada con claridad pasmosa, derivó a una impactante solemnidad en su brahmsianos tutti. El rápsodico interludio fue construido por Monjas con una vehemencia que refleja una interiorización absoluta de la partitura y ejemplar trabajo en los ensayos. Fue una experiencia sonora sensacional por sí sola, más que suficiente para salir entusiasmado del concierto.
Les Nuits d'été, Op.7 (Las noches de estío) representaron un relajante e intimista interludio. Da vértigo pensar que ¡en enero de 2003! Véronique Gens nos había emocionado con la obra en el Palacio de la Ópera. Su voz conserva intacta muchas de sus antañas cualidades, muy especialmente la claridad y pureza de su sonido, la perfecta dicción y su hermoso timbre. Sin embargo, estuvo algo falta de volumen, y aunque la camerística orquesta fue empática, en pocas ocasiones he escuchado las líneas orquestales tan nítidamente en la Villanelle, por cierto llevada a un tiempo ligeramente contenido. Gens estuvo más cómoda en las canciones más introspectivas, con un Le spectre de la rose caracterizado con sabia lucidez, pleno de sensibilidad y de color. En la maravillosa L’île inconnue, orquesta y cantante se fundieron de forma más equilibrada, en una rendición efusiva, esplendorosa, radiante en optimismo perfectamente subrayado por el clarinete de Iván Marín.
La velada concluyó con un tardío estreno en el repertorio de la OSG, la Sinfonía núm. 3, "Con órgano", de Saint-Saëns. Probablemente el hacer justicia al instrumento puede haber sido el causante de esta demora. Afortunadamente, se contó con un organista excepcional, Juan de la Rubia, y con un instrumento más moderno y mejor aprovechado que en alternativas pasadas. A estas alturas de la noche era previsible lo que Monjas y la que ya es su orquesta nos iban a deparar en una obra tan intensa y exultante. Fue una interpretación que atrapó al oyente desde el incisivo Allegro moderato y el etéreo Poco adagio, realzado al máximo por unas cuerdas plenas de color y calor, arrastradas en cada arco por la vehemencia y convicción que Monjas transmite. Asimismo, el ataque de las cuerdas en el segundo movimiento fue brutal en su despliegue de energía. El Maestoso con su orgía sonora protagonizado por órgano y pianistas, condujo a una bacanal final que culminó un grandioso concierto que nos dejó muy claro las muchas satisfacciones que las próximas temporadas de la OSG nos depararán.