La Orquesta Sinfónica de Galicia cerró a lo grande su miniciclo dedicado a Johannes Brahms, cuya música ha sido el hilo conductor de la primera parte de esta temporada. A pesar de la familiaridad del repertorio, la expectación era máxima ante la segunda presencia esta temporada del titular, Roberto González Monjas, acompañado por el aclamado pianista Alexander Kantorow, quien venía de completar su exitosa gira con Klaus Mäkelä y la Orquesta de París. El gancho de Kantorow es tal que el Segundo concierto fue ubicado en la segunda parte del programa, relegando de forma inusual la Cuarta sinfonía a la primera parte de la velada.
Fue precisamente el Segundo concierto la pieza que catapultó a Kantorow al primer premio en el Concurso Tchaikovsky en Moscú justo antes de la pandemia. Comparando su actuación en aquella final con la que disfrutamos en el Palacio de la Ópera, se evidencia una notable evolución y madurez en su enfoque musical, al mismo tiempo que su estilo actual se ha vuelto más incisivo y agresivo si cabe. Desde su entrada en el escenario, contrasta su personalidad formal y serena, con la energía volcánica que al momento despliega sobre el teclado. Pero siempre con una seguridad pasmosa, haciendo que la música fluya por su cuerpo si en evidenciar la menor presión o tensión física, incluso en los pasajes más exigentes. Con estos ingredientes su Brahms enganchó al público de principio a fin por su inusitada brillantez, fruto de su dominio de la sonoridad y del ritmo.

La orquesta, bajo la batuta de González-Monjas, alcanzó niveles sobresalientes, destacando entre los solistas, Nico González Naval y Raúl Mirás, infalibles en la trompa y en los solos de chelo, respectivamente. El papel de las cuerdas, lideradas por la concertino invitada Joanna Wronko, y dirigidas con vehemencia y elocuencia por Monjas, fue crucial, reflejando una profundidad de ideas y un conocimiento de la partitura exhaustivo. La primera parte del concierto para piano, con sus dos colosales movimientos fue deslumbrante, haciendo justicia a lo que X. M. Carreira describe en sus informativas notas como “el paradigma de los cambios radicales surgidos progresivamente en el estilo y procedimientos compositivos del Brahms maduro”. La segunda parte del concierto, aunque más camerística en el tercer movimiento y menos prolija en ideas musicales en el cuarto, fue igualmente exitosa, destacando la comunicación entre solista y orquesta en el Allegretto grazioso, con entradas precisas y un gran sentido del movimiento.
Fue sin duda el mejor Segundo de Brahms que he podido escucharle a la OSG, y en el recuerdo están pianistas como Leonskaja, Volodos y Nelson Freire. Como respuesta al entusiasmo del público, Kantorow ofreció un bis extraordinario: una improvisación sobre el aria de Sansón y Dalila, “Mon coeur s'ouvre à ta voix”, en una romántica pero efectiva caracterización.
La Cuarta sinfonía de Brahms es, con diferencia, la más interpretada del ciclo por parte de la orquesta. Si al conocimiento de la partitura sumamos la interpretación previa esta temporada de las tres primeras, la orquesta se encontraba en el momento perfecto para ofrecernos una brillante culminación de las ideas sinfónicas desarrolladas por el compositor hamburgués. Fue asimismo crucial González-Monjas desde el pódium, ofreciendo una interpretación igualmente inspirada y convincente. Monjas se centró en la precisión y la claridad del sonido, dando vida a un soberbio Allegro non troppo, construido de forma muy orgánica, en un magnífico crescendo dramático. A pesar de fallos en el Andante moderato, atípicos, fue una Cuarta abrumadora en sonido y ejecución, repleta de momentos heroicos, pero también intimistas, como el soberbio solo de flauta de Claudia Walker en el final. Sólo queda lamentar que las condiciones acústicas del Palacio de la Ópera no hagan la suficiente justicia a experiencias musicales de tan alta calidad.