La música escandinava, con su inconfundible aura de majestuosidad y sus paisajes sonoros evocadores, ha vuelto a brillar en la temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia. En esta ocasión disfrutamos de dos pilares de su tradición clásica, el Concierto para piano en La menor de Edvard Grieg y la Sinfonía núm. 2 de Jean Sibelius, bajo la batuta de Jaime Martín. Su presencia empieza a ser una agradable constante, pues estamos ante un director que, a pesar de su edad ya madura sigue en continua evolución artística, exhibiendo en cada concierto una genuina capacidad para extraer la esencia de las partituras.

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Yulianna Avdeeva
© Maxim Abrossimow

El Concierto de Grieg contó con la ilustre Yulianna Avdeeva, en lo que fue su primera presencia con la OSG. Y el resultado no podía ser más abrumador. Desde los brillantes acordes iniciales desplegó un sonido refinado y al mismo tiempo poderoso, que embelleció acústicamente el desafiante Palacio de la Ópera como muy pocos pianistas han conseguido. Técnicamente impecable, Avdeeva trascendió la pura virtuosidad para crear y comunicar una narrativa musical que, a pesar de lo conocido de la obra, arrastró al público de principio a fin. La química con Martín fue decisiva no sólo para dar forma a un convincente diálogo con la orquesta sino para conjuntamente ofrecer un Grieg, menos lírico de lo habitual, más crispado y enérgico, que encontró en la solista, con su personalidad e impulso, una perfecta traductora. Asistimos a un Allegro moderato escasamente mesurado. La interpretación del Adagio fue una simbiosis perfecta de intenciones y sonoridades en la que el diálogo con la trompa, a pesar de nimias imperfecciones, fue una lección de buen gusto musical. El Allegro final elevó a su máxima expresión la concepción del primer movimiento, haciendo suya Martín desde el podio, la proteica recreación de Avdeeva. Esta desplegó una vez más su prodigioso rango dinámico y su cristalina articulación para ofrecer una lectura “lisztiana", plena de dramatismo. Todo culminó en un éxito merecidísimo que se tradujo en una propina de su especialidad, la Mazurka op.59 núm. 3, de Chopin; no olvidemos que la consecución del concurso polaco ha sido uno de los grandes hitos de Adveeva. Apoyada en la autoridad que esto confiere, se permitió sorprendernos con una crispada recreación.

La Segunda sinfonía de Sibelius es una obra ya parte del ADN de la orquesta, y esto permitió a Martín centrase en insuflar vida y coherencia emocional a un abrumador despliegue sinfónico, que contó, una vez más, con unas cuerdas y unos metales en plena forma. Un Allegretto en absoluto expansivo, más bien contraído, dio paso a un Andante al que Martín le infundió una acertada escala de grises que transformó la pieza en una desolafora meditación, solamente interrumpida por los existencialistas tutti que cristalizaron en la caleidoscópica marcha. Un Vivacissimo arrebatado al máximo dio paso al esperadísimo Final, luminoso y contenido, el cual fue una experiencia inmersiva, tanto para la audiencia como para los intérpretes. Sólo dos pegas para concluir: el a tempo tranquilo que precede al Poco largamente final, con sus "maelstrom" de escalas de cuerda grave y maderas, si quiere justificar la explosión final, ha de ser un momento desbordante de pathos, sin embargo, en manos de Martín resultó austero y literalmente tranquilo. Y ya al margen de los intérpretes, las limitaciones que la actual condición acústica del escenario supone, impidieron que el clímax de la sinfonía alcanzase el esperado éxtasis transcendental que una interpretación de este estilo merece. Esperemos que esta limitación se remedie en breve.

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