En lo que está siendo una temporada de altura, repleta de grandes cimas del repertorio sinfónico, uno de los momentos más esperados fue el reencuentro de la Orquesta Sinfónica de Galicia con la Sinfonía alpina de Strauss. En un ambicioso y atractivo concierto de apertura del año, el titular Roberto González-Monjas contó con el notable refuerzo de la Joven Sinfónica de Galicia. Por si no fuese suficiente la noche se abrió con la presencia del carismático y polémico pianista turco Fazil Say, quien interpretó el Concierto en sol de Ravel y completó el menú musical con una propina de su propia cosecha, Kara Tropak (Tierra negra).

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Fazil Say, piano, Roberto González-Monjas y la OSG
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Say sorprendió al utilizar la partitura, algo inesperado en una obra tan ágil y dinámica como el Concierto en sol. No obstante, esta decisión no generó rigidez alguna; al contrario, Say desplegó su característica gestualidad corporal, hasta un punto que podría resultar innecesario y hasta perturbador para algunos, entre los que podría incluirme. Musicalmente, fue una versión intensa y vibrante, con un primer movimiento donde la orquesta, bajo la dirección inspirada de González-Monjas, mostró una precisión impecable. Aunque el Concierto en sol incorpora elementos de jazz, no es una obra ligera, sino un desafío pianístico de enorme virtuosismo que exige una ejecución excepcional. Say exhibió fluidez y ductilidad sobre el teclado, pero también una ausencia de tensión, que hizo que, por ejemplo, el Adagio assai fluyese etéreo y delicado, pero con una falta de peso emocional en los momentos más introspectivos. No sólo esto, en los movimientos extremos se generó cierta frustración por la falta de proyección sonora en los pasajes más intensos, donde el sonido del piano parecía quedar envuelto por la orquesta, sin lograr un balance ideal. A pesar de estos detalles, la propuesta de Say resultó atractiva y a la altura de su singular enfoque interpretativo, como también lo fue el desolador Kara Tropak, en el que nunca deja de sorprender la arcaica sonoridad obtenida por Say percutiendo las cuerdas del piano con las manos, para evocar el sonido del laúd turco.

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Roberto González-Monjas al frente de la OSG
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Con una solvencia pasmosa la OSG y González-Monjas abordaron el gran reto de la noche. Siempre es de lo más grato comprobar la seguridad y limpieza con la que nuevos atriles de peso como son el timbal Fernando Llopis, el trompeta principal Manuel Fernández, o el corno inglés Carolina Rodríguez, abordan junto a ilustres veteranos como el oboe David Villa o el clarinete Juan Ferrer, una obra de la dificultad de la Alpina. Una explosión de talento que nace de la extraordinaria escuela que representa la Orquesta Joven, que aportó numerosos refuerzos, los cuales se integraron a la perfección con sus experimentados compañeros. Mención especial para el ensemble de metales que, ubicado detrás del escenario, brilló con una ejecución impecable de las siempre problemáticas fanfarrias, por su precisión y potencia sonora.

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Profesores de la OSG
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Fue desde el punto de vista técnico una velada impecable, también en la conducción, pues González-Monjas consiguió que el descomunal orgánico straussiano fuese efectivamente una verdadera estructura cohesionada, sin fisuras. A cambio, se sacrificó parte del impacto expresivo debido a una moderación excesiva en los momentos de mayor carga emocional. Así, el Allegro maestoso Auf dem Gipfel (En la cumbre) resultó más maestoso que allegro, como también fue dolorosa la forma en que se pasó de puntillas por la transición al Ziemlich breit, momento en el que hay que obtener de la orquesta un énfasis emocional sobrehumano para transmitir en su plenitud la grandeza cósmica del ascenso alpino. Como contrapartida, en los momentos más intimistas de la partitura, como el abrumador Sonnenuntergang (Puesta de sol) y el sublime coral de las maderas en el Ausklang, González-Monjas deslumbró, consiguiendo con cada gesto de su mano y la expresividad de su cuerpo lograr una conexión empática con sus músicos.

El concierto firmó dos llenos completos, agotando las entradas por vez primera en la historia del abono sábado, lo cual demuestra el hambre del público por música de la máxima calidad. No solo fue un lleno total, sino un éxito arrebatador que confirma la vigencia y relevancia del proyecto de la Sinfónica.

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