Cada año que transcurre, la visita anual de Víctor Pablo Pérez a la temporada de la Sinfónica de Galicia presenta un creciente atractivo. No en vano, los músicos más veteranos de la plantilla llegaron de su mano y juntos crearon las señas de identidad de la OSG; pero a ellos se suman, una cada vez más abrumadora hornada de jóvenes músicos en atriles clave. Estos elementos se integraron a la perfección, mostrando a lo largo de toda la velada la máxima complicidad con el director burgalés, la cual se puso al servicio de su siempre peculiar concepción sinfónica. 

Sin embargo, la protagonista indiscutible de la noche fue la violinista coreana Bomsori Kim, una de las celebridades de la actualidad, pero ya aplaudida desde hace años por su presencia en las finales del Sibelius, Wienawski y muy especialmente el concurso Tchaikovsky, donde fue finalista curiosamente junto a otra coreana, Clara-Jumi Kang, habitual de la OSG. Fue precisamente el Chaikovski el concierto elegido por Bomsori.

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La violinista Bomsori Kim
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Fue un Chaikovski marcado por el carisma de la solista, Bomsori es puro fuego. A pesar de calzar unos elevadísimos tacones, se mueve sobre sí misma de forma incesante en su zona del escenario, pero ciertamente de forma natural, nunca como una pose gratuita o de forma disruptiva. Tal vez es un reflejo de su esfuerzo por extraer de su Guarnieri la máxima sonoridad, pues a pesar de proyectar éste un sonido muy cálido y bien enfocado, no resulta especialmente potente. En modo alguno comparable, por ejemplo, al Stradivarius de Stefan Jackiw que disfrutamos la semana previa. La interpretación resultó reveladora y estimulante, a través de la cual Bomsori exhibió las muchas cualidades que atesora: afinación segura, articulación precisa, percusiva y vertiginosa hasta lo milagroso; llevando al violín –siempre que la partitura lo permitía– al límite de lo que puede conseguirse en velocidad y ferocidad. Técnica desbordante pero siempre al servicio de la arrebatada e inagotable inspiración del compositor ruso. Como propina, el Cuarto estudio de Wienawski, que con sus escalas en dobles cuerdas y vertiginosos arpegios resultó ideal para el lucimiento de sus vertiginosos dedos.

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Víctor Pablo Pérez
© Orquesta Sinfónica de Galicia

En la segunda parte, Víctor Pablo Pérez retomaba uno de sus compositores de cabecera, Shostakovich, del cual no llegó a realizar el ciclo sinfónico completo, pero con el que tantas noches de gloria le dio a la OSG, no sólo con sinfonías, sino también con sus conciertos, música incidental, cantatas. La Quinta no ha sido curiosamente su obra más habitual, aunque los primeros seguidores de la orquesta recordarán una interpretación de 1994. Era otra vida, y era otro director, pues ya hemos reseñado más de una vez como Pérez, en los últimos lustros, muestra una inclinación hacia tempi extremadísimamente lentos, tal cual el gran Otto Klemperer tras su tardío accidente cardiovascular.

Fue el magno Moderato inicial el movimiento más logrado, no sólo por ser el más equilibrado, sino gracias a la orquesta, en estado de gracia, que dio vida a una primera sección absolutamente atmosférica, en la que cada compás tenía un sentido y una dirección; en concreto, hacia la gran marcha preludiada por el piano y las trompas en su registro más grave. El Allegretto fue igualmente muy contenido, extrayendo Pérez de la orquesta una sonoridad pomposa, pero a la vez amarga, muy atractiva. La infinitud del Largo, llevado al tempi de un Adagissimo contó con el fervor de unas cuerdas entregadas a la difícil tarea impuesta por el director, manteniendo la tensión de forma milagrosa en el esfuerzo supremo del clímax del movimiento, subrayado por la percusión del xilófono. Sin embargo, el hipertrófico Allegro non troppo, –difícil encontrar en la discografía una versión tan lenta– no resistió este enfoque, salvándose sólo la pesante y anti-climática coda. Justo lo que requiere este drama soviético, que sin duda debería ser recibido con el mayor de los silencios.

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