El sexto programa de abono hizo bueno el viejo aforismo de “hacer de la necesidad virtud”. En un contexto marcado por el reajuste económico y la voluntad explícita de maximizar los recursos, la Orquesta Sinfónica de Galicia planteó un concierto de dimensiones modestas, confiado íntegramente a una formación camerística de cuerda. No es la primera vez que la OSG recurre a este formato, pero sí resulta infrecuente que todo el programa se construya bajo esa premisa. La consecuencia fue un planteamiento inteligente: un programa no excesivamente extenso, diseñado para evitar la monotonía tímbrica, con una primera parte de apenas media hora centrada en la música británica, y una segunda que ofrecía como plato fuerte la Serenata para cuerdas de Chaikovski, complemento perfecto de la Serenata de Dvořák escuchada en el programa previo.

La dirección corrió a cargo de Olatz Ruiz de Gordejuela, nueva concertino de la OSG, con una trayectoria previa que incluye dos instituciones de enorme prestigio —la Gewandhausorchester de Leipzig y la London Symphony Orchestra, donde por cierto participó además en la grabación del reciente videoclip de Rosalía, Berghein. Su protagonismo constituía uno de los principales atractivos de la velada, aunque a lo largo de los últimos meses, Ruiz ya había demostrado una solidez incuestionable. En su doble faceta de principal y directora, Olatz se mostró sobria en gestualidad, poco pródiga en indicaciones, pero el resultado musical fue notable, fruto evidente de un trabajo de ensayos intenso y muy bien planificado. En la música británica su afinidad se hizo especialmente visible; quizá un poso de su etapa londinense. Las versiones respiraron calidez, refinamiento y ese color característico de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX.
Uno de los aspectos más llamativos fue el impacto sonoro de una sección de cuerdas tan reducida. En un auditorio cuya ya difícil acústica arrastra el lastre de la ausencia de una concha acústica, la decisión de que los músicos tocasen de pie tuvo un efecto determinante: la proyección aumentó, el ataque fue más incisivo y el sonido ganó en presencia y densidad. Y es que, sin duda, cuando un conjunto de cuerda se mantiene erguido, el instrumento “respira” de otro modo: el arco se libera, el cuerpo vibra con mayor amplitud y la sensación de inmediatez se intensifica. Fue una estrategia que funcionó de manera excepcional, sonando grande el conjunto, sin ser numeroso.
La Serenata para cuerdas de Chaikovski, por su mayor complejidad rítmica, melódica y armónica, suponía el verdadero examen artístico de la noche. La lectura resultó sobresaliente, con una arquitectura clara, momentos de gran plasticidad y un cuidado exquisito en las dinámicas. La Elegía respiró con naturalidad y lirismo, sin caer en el sentimentalismo, y los movimientos extremos se resolvieron con energía controlada y una precisión encomiable. El programa se cerraba con Impresión nocturna de Andrés Gaos, una de las obras más interpretadas del repertorio gallego y que la OSG grabó hace décadas. Lo que parecía un final convencional y discreto se transformó en un momento realmente especial cuando, sin previo anuncio, entró en escena una amplísima representación de la Orquesta Infantil de la OSG, duplicando de facto el número de músicos en el escenario, quienes, con una homogeneidad notable, dieron vida a nocturno etéreo y evocador. Sin embargo, aunque la idea de integrar a los jóvenes fue magnífica, el hecho de no haber anunciado su presencia merece reflexión: es posible que hubiera incrementado la asistencia de público, además de que debería quedar recogida formalmente en el programa de mano.
Para finalizar la noche de forma luminosa, músicos grandes y pequeños interpretaron juntos el Jigg de la St. Paul’s Suite de Holst. Punto final a una velada breve pero significativa, donde la OSG demostró que, incluso en tiempos de restricciones, puede ofrecer propuestas artísticamente sólidas, que den visibilidad a la cantera que garantiza su futuro. La combinación de veteranía y juventud, junto al sólido trabajo de Olatz Ruiz, dejó una impresión final cálida e ilusionante.

