Tercer programa de los escasos cuatro que tiene planificados para esta temporada el director titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia, González-Monjas. Su presencia en el Palacio de la Ópera siempre genera un ambiente de máxima expectativa, no solo por su carisma, sino también por su talento a la hora de diseñar atractivos programas en los que hábilmente combina obras infrecuentes, tanto contemporáneas como clásicas, de forma coherente y cohesionada. En esta ocasión, Monjas eligió tres intensas obras que son un magnífico ejemplo de la capacidad de la música para tocar la esencia más íntima del ser humano.
Para añadir aún más brillo a la noche, contamos con uno de los cantantes en la actualidad más aclamados en su cuerda, el barítono Andrè Schuen. Sus Kindertotenlieder ocuparon un lugar central en el programa, creando un impactante puente emocional con las músicas de Tarrodi y Honegger. De entrada, fue una satisfacción comprobar cómo la voz de Schuen lidiaba a la perfección con las dificultades acústicas de la sala, de hecho, su voz no perdió ni un ápice de su color característico, cálido y resonante, ni de su calidad melódica.

Las mil y una sutilezas vocales que encierra este ciclo mahleriano permitieron a Schuen exhibir una milagrosa respiración, y un gran control del fraseo y de las dinámicas. No menos importante: fue capaz de transmitir de forma convincente la emoción de estos dramáticos textos. Monjas controló las dinámicas y dio vida a las preciosistas texturas de forma meticulosa, en perfecta armonía con la interpretación vocal. La aportación de los solistas fue clave, con extraordinarios solos de trompa de la nueva coprincipal, Marta Montes, o del corno inglés de Carolina Canosa. Únicamente lamenté que en “In diesem Wetter, in diesem Braus”, el lied más dramático y complejo, no se alcanzase el nivel de crispación y urgencia que la música demanda. Es un mínimo reparo ante una interpretación impecable, pero sí eché falta en este caso dinámicas más extremas y una articulación más agresiva.
La noche se había abierto con el Concierto para orquesta "Ascent", de la compositora sueca Andrea Tarrodi, perteneciente a una ilustre estirpe de músicos, liderada por el fabuloso Christian Lindberg, y un verdadero regalo para los que amamos la música escandinava. Tarrodi exhibió su excelente dominio de la paleta orquestal. Así, en su arranque, la música abruma con su serie de oleadas orquestales en crescendo, casi minimalistas. Éstas se resuelven en un pasaje más introspectivo, en el que crea una atmósfera sofisticada, lograda con una original escritura para los metales, percusión y cuerdas (excelentes, los chelos, realzando este pasaje. El maquinista clímax central, construido nuevamente sobre una especie de ostinato, hubiera requerido un mayor atavismo por parte de González-Monjas. En la siguiente sección fue decisiva la aportación de la percusión de José Trigueros, con un magnífico sonido, limpio y preciso, y en la conclusión fueron claves las impecables intervenciones del concertino, Massimo Sapadano. La obra recibió más aplausos de lo habitual para una creación contemporánea, demostrando la conexión de Tarrodi con el público. Un nombre a seguir.
La segunda parte del concierto brindó la rara oportunidad de escuchar una de las sinfonías más logradas de Arthur Honegger; de hecho, la más apreciada por él mismo: la Sinfonía litúrgica. Esta obra, fruto, como tantas grandes obras del siglo XX, de los desastres de la Segunda Guerra Mundial, es una cruda representación de esos angustiosos años. Su discurso histriónico, arrebatado, desperado, requiere una conexión absoluta entre el director y los músicos. Todo un reto para la OSG y más aún si tenemos en cuenta lo infrecuente de la partitura. Pero la orquesta emergió victoriosa con una interpretación comprometida y valiente, magníficamente liderada por González-Monjas. Atento a incontables entradas, me gustó especialmente su capacidad de transmitir, a través de su propia expresión corporal, la incontestable emoción que emana de esta música. Su liderazgo no solo aseguró la precisión técnica que la partitura requiere, sino que también infundió a la orquesta la energía y pasión necesarias para dar vida a una interpretación conmovedora.