La temporada de la Sinfónica de Galicia se ha visto realzada por el retorno del venezolano Christian Vásquez, quien presentó un colorista y ameno programa diseñado para tender puentes entre la vibrante música latinoamericana y el gran repertorio europeo. Vásquez contó con el apoyo de dos notables talentos musicales: el trompetista venezolano Pacho Flores, en su vertiente compositiva y Juan Ferrer, clarinetista principal de la orquesta y favorito del público de A Coruña. Ferrer fue el inmejorable valedor de una nueva obra concertante para su instrumento, Áurea, compuesta para él por Flores.
La velada comenzó con un breve pero atractivo aperitivo: la Fuga criolla del venezolano Juan Bautista Plaza. Un incipiente ejemplo de los esfuerzos de los compositores latinoamericanos por fusionar su música autóctona con las formas clásicas europeas, que culminarían en nombres como Villa-Lobos, Brouwer y Camargo Guarnieri. Las cuerdas de la OSG, con un detallista Vásquez, confirieron carácter y musicalidad a la composición de Plaza, consiguiendo un atinado equilibrio entre la severidad académica y la inspiración latina de su melodía.

En Áurea, Flores aspira a dar vida a una composición amena para el público conjugando los elementos expresivos propios de la creación contemporánea y las efervescentes melodías tradicionales que forman parte de su acervo musical. El resultado es una obra con dos partes contrastadas: inicialmente modernista e intimista, pero que progresivamente evoluciona hacia un discurso con un mayor protagonismo de los elementos folclóricos. Por desgracia, el tejido musical resultó ser más un conjunto de fragmentos que el resultado de un flujo continuo y cohesionado. Todo esto pasó a un segundo plano ante la descomunal interpretación de Ferrer, quien impartió una cátedra de técnica y sensibilidad. En los tres clarinetes utilizados, Ferrer exhibió un poderoso sonido, con el cual ascendió a los registros más agudos y con el que dio vida a glissandi imposibles. Asimismo, lució su experto legato, que le permite conectar las notas de una manera fluida y expresiva, como pocas veces se puede escuchar. Profundo conocedor de la cultura venezolana, Ferrer logró transmitir el carácter distintivo del folclore que inspira la obra. En este aspecto, fueron cruciales las ornamentaciones que la recorren y que fueron manejadas con pasmosa facilidad, en lo que fue un espectacular catálogo de trinos, mordentes y otras técnicas. Hubo una magnífica interrelación con sus compañeros, la cual se reflejó igualmente en la amplia propina: la relajante Executive del italiano Michele Mangani.
Aunque a menudo eclipsada por sus sinfonías más dramáticas y de mayor carga emocional, la Pequeña rusia de Chaikovski brilló con luz propia, demostrando Vásquez y la OSG que la partitura tiene mucho más que aportar que lo que se desprendería de la escasez de sus interpretaciones. El Allegro vivo fue abordado con una energía contagiosa, que resaltó en todo momento el encanto del tema folclórico ucraniano que Chaikovski entreteje a través de la rica orquestación. Vásquez consiguió que las texturas fuesen claras y ligeras, a la vez que acentuó el contraste con el solemne Andantino marziale, desarrollado de forma ceremonial. En el Scherzo, la OSG demostró que está en un estado de forma en la que puede dignificar hasta las partituras más minusvaloradas. El despliegue de virtuosismo resaltó al máximo la esencia vivaz y juguetona de la música en lo que supuso todo un deleite auditivo. El problemático Finale fue llevado con vigor, en una abrumadora acumulación hasta llegar al triunfal clímax. Este arrancó los aplausos del respetable, incluso antes de que el sonido se apagase. La entusiasta recepción del público concluyó una noche en la que Vásquez demostró su capacidad para fusionar elementos musicales de lo más dispar, pero a la vez complementarios.