La velada operística final de la Temporada Lírica de A Coruña llegó al Teatro Colón envuelta en esa expectación especial que acompaña siempre a la música de escena de Debussy. Pelléas et Mélisande no es una ópera habitual en los escenarios y, cuando aparece, cada ocasión adquiere casi un aire de ceremonia. Máxime en esta ocasión, que marcaba su presentación oficial en Galicia, cuando ya ha transcurrido más de un siglo desde su estreno. En esta cita, la obra se presentó en versión de concierto, un estático formato que condiciona inevitablemente la atmósfera de una partitura tan simbolista y tan rica en imágenes, concebida precisamente para desatar la imaginación visual y escénica del espectador, pero que permitió poner el foco en la calidad musical del reparto y, sobre todo, en la minuciosa labor de la Orquesta Sinfónica de Galicia bajo la dirección de un inspirado José Miguel Pérez-Sierra.
La mayoría del elenco debutaba en sus papeles, y esa circunstancia marcó de forma decisiva el desarrollo dramático. Sin una verdadera semiescenificación y con un formato que limitaba la interacción entre los personajes, fue Edward Nelson —profundo conocedor de la obra y con Pelléas rodado en diversos teatros españoles, lo cual le permitió prescindir de la partitura— quien logró insuflar una acertada gestualidad escénica y romper la rigidez del concierto. Sus sutiles movimientos, su manera de mirar, de colocarse en el limitado espacio y de acompañar al texto ayudaron a mitigar el desfase entre lo que se cuenta y lo que el espectador ve, especialmente para quienes no dominan el libreto y pueden perderse en la sutil trama simbolista de Maeterlinck. Aunque en algún momento se echó de menos el aroma inequívocamente francés —ese color y ese fraseo tan propios de la tradición gala—, su interpretación se impuso por sensibilidad, intención y coherencia estilística.
En el resto del reparto, el nivel vocal fue en general muy sólido, aunque inevitablemente eclipsado por la verdadera protagonista de la noche: la OSG. Pérez-Sierra firmó una lectura de enorme elegancia, sensualidad y precisión, capaz de desplegar ese mundo de penumbras, colores y perfumes tímbricos sin los cuales Debussy pierde su esencia. La orquesta aportó matices, respiración amplia, texturas de un refinamiento extraordinario, traduciendo a la perfección la poética que recorre toda la ópera. La ausencia de escena fue suplida por los abrumadores colores orquestales: selvas tenebrosas, galerías palaciegas, la fuerza del mar, los murmullos del agua y como no, silencios que parecían suspender el tiempo, fueron recreados a la perfección por una orquesta en la que destacaron las cuerdas, lideradas por Ludwig Dürichen y Raul Mirás, y las maderas de Claudia Walker, David Villa, Iván Marín y Steven Harriswangler, infalibles toda la noche.
Sabrina Gárdez mostró un aparato vocal amplio, homogéneo y generoso. Su Mélisande fue sólida desde lo vocal, pero menos evocadora en ese halo poético e infantil que define a la protagonista y que tan decisivo resulta en la dinámica psicológica de la obra. La limitación escénica, impidió que afloraran plenamente la ingenuidad, la fragilidad y el misterio que envuelven al personaje. Jean-Fernand Setti, que tan buenas impresiones había dejado al comienzo de la temporada con su Escamillo, abordó a Golaud desde una perspectiva más sensual que aguerrida. Su lectura, bien proyectada y de sólida presencia vocal, fue por momentos demasiado lineal para un personaje que vive entre la duda, la obsesión y la culpa. El resto del elenco mantuvo un nivel notable y contribuyó a la coherencia del conjunto, con un intenso y mayestático Arkel de Igor Durlovski, una Geneviève cálida y bien fraseada de Mónica Redondo, y una Yniold luminosa y segura de Belén Vaquero, todos ellos bien ensamblados con los roles principales. El Coro Gaos cumplió con solvencia en su breve intervención desde fuera del escenario.
Queda, no obstante, una reflexión final que trasciende esta función concreta. La Temporada Lírica cerró una nueva edición de forma brillante, pero si las instituciones, muy especialmente estatales, no se comprometen con un creciente apoyo económico es probable que la historia se repita y necesitemos otro largo siglo de espera para poder disfrutar de Pelléas et Mélisande en A Coruña tal como Debussy la concibió: plenamente escenificada, con sus símbolos, sus imágenes y su misterio desplegados en todo su esplendor.

