El telón del Teatro Colón de La Coruña se alzó para ofrecer la segunda ópera de la Temporada Lírica coruñesa, L’elisir d’amore de Donizetti. Una auténtica joya del bel canto que, exigente en lo vocal, orquestal y escénico, constituye un reto de máximo nivel, capaz de transformar una noche tediosa en un recuerdo imborrable. Un primer acierto fue el utilizar la bien conocida producción de Víctor García Sierra, en la que la se traslada la acción desde el habitual pintoresco pueblecito italiano a un circo, recurso que, aunque podría presuponerse tópico, es en esta ópera especialmente atinado. El limitado entorno original es aquí enriquecido con infinidad de elementos extra-musicales que son integrados de forma natural y con muy buen gusto, creando un contexto colorido y brillante que encaja a la perfección con la exultante música de Donizetti.
El ya sexagenario tenor mexicano Ramón Vargas encabezó el elenco. Visualmente está en las antípodas del joven e ingenuo Nemorino y más aún en la forma gris y poco lustrosa con la que fue mayormente ataviado. Tampoco su actitud escénica aprovechó las inmensas posibilidades cómicas que proporciona Nemorino. Sin embargo, su instrumento parece haber sido preservado con algún mágico elixir, pues Vargas mostró un excelente nivel vocal, con un mínimo desgaste y un timbre que con los años ha ganado un color más grave y majestuoso, pero siempre repleto de musicalidad. Brilló toda la velada con sobreagudos poderosos y un fraseo depurado. En su ensoñadora "Una furtiva lagrima" tejió unos expresivos messa di voce y unos filados que fluyeron puros y suaves, conquistando a la audiencia, aunque sin el deseado bis; éste sí llegó en la segunda representación.
Ruth Iniesta, encarnando a Adina, hizo gala de su potente capacidad vocal, especialmente notable en la proyección de sus agudos, los cuales reverberaron con claridad y fuerza, mostrando una técnica impecable, cautivando con cada nota. Su “Prendi, per me sei libero” fue la mejor conclusión a su exhibición vocal en la que también destacó su facilidad en las agilidades y un rango dinámico abrumador. En la faceta actoral, trascendió la ligereza y la coquetería esperadas de Adina, ofreciendo en su lugar una interpretación cargada de valentía y osadía, añadiendo una capa de complejidad y fuerza al personaje.
Luis Cansino, como Dulcamara, fue el tercer gran triunfador de la noche. Aportó la vis cómica necesaria y, a pesar de moverse más que un malabarista sobre un monociclo, mantuvo siempre la integridad vocal en una exhibición portentosa. Su canto fue fluido, cómodo en las agilidades, de amplios registros y, magnífica dicción, arrancando carcajadas y aplausos por igual. El barítono Damián del Castillo, en el rol de Belcore, quedó algo relegado a la sombra del flamante Dulcamara. Su voz poderosa y muy oscura reflejó con lucidez la arrogancia del personaje, aunque resultó algo monótono e inexpresivo en los momentos más líricos. Pero su actuación fue sólida y confirió credibilidad al fanfarrón militar.

El amateur Coro Gaos desempeñó un papel más que satisfactorio en un contexto de lo más exigente, con una sucesión continua de números que requieren su participación con agudos y fortísimos extremos. Asimismo, en un escenario pequeño y con una puesta en escena tan recargada, los coristas mostraron una soltura y capacidad actoral digna de aplauso. No solo estuvieron a la altura de los solistas, sino que añadieron la vitalidad que la escena requiere. La dirección musical de Guillermo García Calvo sorprendió por sus tiempos vivos y poco concesivos a la melodía fácil, sin abusar del rubato. Logró que la obra fluyera con tensión e intensidad, manteniendo el pulso dramático sin caer en sentimentalismos. La Orquesta Sinfónica de Galicia, por su parte, estuvo excepcional, asumiendo los incontables solos de maderas y metales con un sonido excelso y brillante, a pesar de la seca acústica del Teatro Colón.
En resumen, una velada de auténtico lujo que hizo justicia a la grandeza del bel canto. Una interpretación que, entre continuos aciertos y pequeños tropiezos, logró capturar la esencia de una de las obras maestras de Donizetti.