La temporada de la Sociedad Filarmónica Ferrolana sigue consolidándose como una de las grandes citas musicales del noroeste peninsular, gracias, entre otros méritos, al privilegio de acoger con periodicidad a las principales orquestas gallegas: la Real Filharmonía de Galicia y, como en esta ocasión, la Sinfónica de Galicia. Para los ferrolanos, el atractivo se duplica al poder disfrutar de estos conjuntos en el Auditorio de Ferrol, una sala de dimensiones medias pero con una acústica sencillamente excepcional. Su diseño sobrio y compacto y una acertada elección de materiales cálidos y reverberantes convierten cada concierto en una experiencia sonora de lo más recomendable. El intenso programa sinfónico de la OSG fue la mejor manera de calibrar la bondad de una acústica que, por ejemplo, hizo que pasajes como la entrada de las cuerdas en el Moderato de la Séptima de Shostakovich adquiriese una calidez envolvente y una riqueza tímbrica inusual en la mayoría de los auditorios que conozco.

Varvara Nepomnyashchaya © Jordi Roca
Varvara Nepomnyashchaya
© Jordi Roca

Esta magnífica acústica favoreció que en el siempre problemático Concierto para piano para la mano izquierda de Ravel se produjese una integración excepcional entre solista y orquesta, permitiendo que las sofisticadas texturas de la partitura, fluyesen con claridad y naturalidad. Varvara abordó la partitura con solidez, evidenciada desde el arpegiado inicial, ejecutado con una precisión rítmica y apoyado en un magnífico pedal que proyectó al máximo la oscuridad del registro grave. Staccati incisivos en los pasajes más marciales y una digitación fluida facilitaron la continuidad del discurso musical, incluso en los compases de mayor virtuosismo. No fue sin embargo, una interpretación efectista, optando solista y director por una expresión contenida que realzó la carga emocional de la obra sin subrayados innecesarios, rindiendo homenaje a la luctuosa inspiración de la partitura.

En la monumental Séptima sinfonía “Leningrado” de Dmitri Shostakóvich, Sanderling, gran conocedor de la partitura, tal como atestigua su celebrada grabación en Dresde, planteó una lectura rigurosa. Es fácil caer en este fresco sonoro de resistencia y devastación en los excesos efectistas, pero el experimentado director alemán centro su foco en construir de forma melancólica y reticente el ascenso progresivo de la violencia orquestal. Las secciones de metales y percusión de la OSG respondieron con potencia controlada, mientras que las cuerdas ofrecieron momentos de lirismo conmovedor y densidad expresiva. El célebre “tema de la invasión”, repetido de forma obsesiva en el Allegretto, fue desarrollado con un crescendo milimétrico, logrando un efecto de asfixia y amenaza constante. Antes, la mayestática introducción fue idiomática y lúcida, como lo fue la transición a la marcha, con un milagroso solo de Juan Ibáñez.

En el Adagio, la OSG alcanzó una de las cimas expresivas de la velada, con una cuerda grave contenida, de sonoridad oscura y perfectamente empastada, que dio vida a un discurso sincero y sentido, en absoluto retórico. Las maderas solistas —especialmente el corno inglés y el clarinete bajo— dialogaron con una expresividad doliente y medida. El Allegro non troppo, por su parte, destacó por una ejecución firme y controlada, en la que el equilibrio entre las secciones permitió que los contrastes rítmicos y tímbricos —tan característicos de Shostakóvich— se proyectaran con contundencia, pero sin brusquedad. El resultado fue una conclusión sobria y contenida pero profundamente eficaz.

Disfrutamos, en definitiva, de una experiencia sonora de primer nivel, en la que interpretación y espacio se dieron la mano para ofrecer una velada difícil de olvidar. OSG demostró una vez más su capacidad para abordar repertorios de gran exigencia técnica y expresiva. Pero si algo terminó de convertir esta cita en un verdadero lujo fue el marco: el Auditorio de Ferrol, con su reveladora acústica: precisa, cálida y envolvente.

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