Bach Modern, uno de los ejes del Festival de Granada, nace de una inquietud que consiste en ahondar en las similitudes entre el compositor alemán y la música contemporánea entre los siglos XX y XXI. Ello, junto a la calidad de los intérpretes, hacía de este ciclo uno de los más interesantes de esta edición. En concreto este concierto, con una artista del calibre de Isabelle Faust, resultaba de un atractivo más que notable.

Faust decidió aunar dos sonatas para violín solo de Bach con algunas de las miniaturas de György Kurtág, compuestas entre 1989 y 2004 y extraídas de su recopilación Juegos, Signos y Mensajes. La combinación funcionó porque, en manos de Faust, las conexiones subterráneas cobraron sentido, al mismo tiempo que se demostraba que había un abismo entre ambos mundos. Faust se encuentra cómoda tanto en el repertorio barroco como en el contemporáneo, pero entiende que hay una diferencia fundamental, a saber, que el primero vive frente al precipicio del vacío, pero no se atreve a surcarlo y por ello construye monumentales edificaciones, mientras que el mundo de Kurtág encara esa falta, dando vida a esas pequeñas formas de resistencia.

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Isabelle Faust en el Patio de los Arrayanes
© Fermín Rodríguez | Festival de Granada

Atendiendo a esta intención y añadiendo un profundo conocimiento de las obras, Faust brindó un recital ejemplar de principio a fin. El comienzo con el Grave de la Sonata núm. 2 en la menor de Bach mostró la calidad sobre la calidez del sonido y la expresividad en cada pasaje. Faust tomó unos tiempos amplios para desarrollar el material con orden, sin descuidar las dinámicas, al igual que construyó la fuga siguiente con un máximo equilibrio entre las voces, un fraseo bien cohesionado, sin perder la atención hacia una afinación que en todo momento resultó apropiada. El Andante siguiente destacó por su atmósfera melancólica pero serena, con una excelente redondez tímbrica. Mientras que el Allegro final fue un ejemplo claro de la agilidad y la claridad en la digitación de Faust.

Para las piezas de Kurtág, la violinista alemana usó siempre su Stradivarius de 1704, solamente cambiando el arco barroco por uno moderno. Aquí se cruzó esa línea entre el desarrollo majestuoso elaborado a partir de células mínimas que encontramos en Bach y la manifestación desencarnada de esos motivos. A Kurtág, no es la conexión formal con Bach lo que le interesa, cuanto la posibilidad de deconstruir su entramado y exponer aquellas sugestiones que desde Bach apuntan a una estética contemporánea. Pero dentro de su esencialidad, las miniaturas del compositor húngaro contienen una consistente pluralidad de registros, un microcosmos que Faust desplegó con detalle, con rigor conceptual pero con una natural emotividad que hizo que la música de Kurtág no quedará en un frío ejercicio cerebral. En tal sentido, si tuviéramos que mencionar una pieza sobre las demás –aunque todas se interpretaron excelentemente– destacaríamos In nomine – all’ongherese, por la hondura y dulzura con las que Faust la acometió.

La violinista Isabelle Faust © Fermín Rodríguez | Festival de Granada
La violinista Isabelle Faust
© Fermín Rodríguez | Festival de Granada

De vuelta a Bach, completaba el programa la Sonata núm. 3 en do mayor. Frente a la tonalidad quebrada de Kurtág, Faust se reafirmaba con la tonalidad más redonda, cerrando además el ciclo frente a la otra sonata bachiana en su relativo mayor. Pero la luminosidad de dicha tonalidad no le resta su enorme complejidad, especialmente en la fuga basada en el coral Komm, heiliger Geist, Herre Gott. Faust mostró nuevamente sus cualidades en el arte de exponer con nitidez toda la riqueza del material, reuniendo sensibilidad e intelecto para una ejecución para el recuerdo. Más allá de las dificultades de las dobles cuerdas, la agilidad del arco o la limpieza en la afinación, lo más destacable de todo, fue la entrega con la que Faust recorrió todo el programa. Una entrega que nace del conocimiento concienzudo, en el que nada queda al azar.

Isabelle Faust puso a Bach y Kurtág, uno frente al otro como si de un espejo se tratara, como el símbolo claro de una música que no cede ante la seducción del virtuosismo o de la ornamentación narcisista. Demostró que hay una música que puede emocionar alcanzando al cerebro y al corazón por partes iguales.

El alojamiento en Granada para Leonardo Mattana ha sido facilitado por el Festival de Granada.

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