La temporada de la Sociedad Filarmónica de Lugo llegó a su fin con la participación de la Camerata de la Orquesta Sinfónica de Galicia, ensemble de cuerdas organizado y dirigido por uno de los músicos más activos y polifacéticos de la OSG, Vladimir Rosinskij, viola de la orquesta y también compositor. Para la ocasión, Rosinskij diseñó un ameno programa formado por una ecléctica selección de compositores; buen reflejo del poliestilismo que caracteriza su lenguaje, independiente de cualquier escuela o corriente.
Su Tunnels of Coliseum-2, Concerto grosso (2021) no hace referencia a los monumentales pasadizos romanos sino al auditorio coruñés del mismo nombre que en la post-pandemia permitió que los conciertos de la OSG pudieran realizarse. En un momento en el que la mayor parte de las salas españolas estaban cerradas, el amplio escenario del Coliseum permitió el distanciamiento necesario entre los músicos y el público. Rosinskij proyecta y focaliza los recuerdos de esa época angustiosa en la laberíntica construcción interna del edificio. El resultado es necesariamente una partitura opresiva, en la que, a pesar del pequeño grupo de cuerdas implicados, Rosinskij extrae sonoridades de lo más diverso y contrastadas. Así, el primer movimiento, Tunnel one despliega largos y punzantes arcos de las cuerdas agudas, que contrastan con rarificadas texturas de las graves (excelsos toda la noche Douglas Gwynn y Ruslana Prokopenko), al contrabajo y el chelo respectivamente. Closed circles es un vertiginoso y desquiciante perpetuum mobile sobre ritmos jazzísticos, que intensificó más aún si cabe la atmósfera previa. Un desolador Tunnel number O en el que los solistas juegan un papel protagonista, da paso al número final Mole burrows, construido sobre un amplísimo crescendo, únicamente interrumpido por una angustiosa plegaria central. El público lucense recibió muy receptivamente una de las obras más desoladoras del compositor ruso.
Con gran acierto, dos relajantes e infrecuentes delicatessen enmarcaron los Tunnels of Coliseum. No hay muchas ocasiones de disfrutar las sinfonías para cuerda de Mendelssohn, así que fue un placer escuchar la primera del ciclo en una interpretación cálida y vibrante que realzó a la perfección la impecable construcción polifónica de estas obras injustamente infrecuentes. Tras el Rosinskij más angustioso, la más intimista Romanza op.42 de Sibelius constituyó un necesario y hermoso contraste, pleno de lirismo y evocación.
La segunda parte ofrecía el aliciente de ver en acción a la joven pianista Dasha Rosinskij Prokopenko quien está embarcada en una sólida y prometedora carrera como solista. En el Círculo de las Artes pude comprobar como el desparpajo y la presencia escénica que ya mostraba a tan temprana edad, han cristalizado en una artista madura, que sorprende por la especial química que es capaz de entablar con el público, haciéndole partícipe no sólo de la música que toca, sino también de la forma en que ella misma la siente y la vive. Por eso mismo, el sublime Concierto núm. 23 de Mozart es una pieza que le encaja como anillo al dedo. El hecho de tratarse de una versión reducida para cuerdas, que por añadidura, debido a las exigencias de la sala, estaban ocultas tras el piano, nos permitió concentrarnos en la solista.
Dasha ofreció una versión muy personal, en la que se combinaron a la perfección el lirismo y jovialidad mozartiano, con un sincero carácter nostálgico y otoñal. La solista mostró una pulsación limpia y clara, y muy especialmente, una musicalidad exquisita, vehiculada en un magnífico manejo del legato y del pedal, pero también de los silencios. Fue especialmente revelador el Andante, en el que tuvo que lidiar con ligeros fallos en el mecanismo del piano, pero eso no le impidió lucir un muy trabajado rubato, ralentizando el tempo de forma sutil para resaltar los pasajes clave. Dasha mostró asimismo una técnica excelente en las cadencias mozartianas, así como en la primera de las propinas, la exigente Sugestión diabólica, op.4 núm. 4 de Prokofiev, jugando a la perfección con sus brutales contrastes dinámicos y sus extremos cambios de registro. La despedida fue una enfática y hermosísima Sonata K466 de Scarlatti que supuso la culminación perfecta a una gran noche de música.