La Sociedad Filarmónica de Lugo inauguró una prometedora nueva temporada enlazándola directamente con el concierto que cerró la previa, dando continuidad a la integral de los cuartetos de cuerda de Johannes Brahms interpretada por el Cuarteto Quiroga; una de las agrupaciones cuartetísticas con más solera de nuestro panorama musical. Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio siguieron su interpretación cronológica en orden inverso, abordando en la primera parte el segundo de los cuartetos de la opus 51 y en la segunda, el primero de ellos.
Dos auténticas gemas del repertorio cuartetístico del siglo XIX, pero mucho menos asiduas en las salas de conciertos que el resto de la música de cámara del compositor. Sus sonatas, tríos e incluso cuartetos y quintetos con piano o clarinete son mucho más habituales que los cuartetos, quintetos o sextetos de cuerda. Estamos ante obras reconocidas y afamadas, pero no exentas de críticas, incluidas las del propio compositor, quien, superado por el tortuoso camino compositivo, mostró sus propias reticencias. El Quiroga ha hecho del 125 aniversario del fallecimiento del compositor la excusa ideal para reivindicar esta música, no sólo en un amplio periplo concertístico, sino también en una recomendabilísima y más que necesaria grabación que actualiza la discografía existente.

El Segundo cuarteto se corresponde al Brahms soñador y nostálgico, sin duda inspirado por la paz lacustre de los Alpes bávaros que enmarcó su composición durante el retiro estival del hamburgués -frei aber einsam, libre pero solitario, es su lema. Aun así, la concepción del Quiroga del Allegro, rebosante de lirismo e intimismo al máximo, fue ciertamente sorprendente. Dinámicas uniformemente contenidas y, sobre todo, ausencia de ansiedad y de contrastes abruptos. Incluso comparado con la propia grabación del Quiroga fue una interpretación más expansiva y otoñal. Tal vez trascendieron al máximo las emociones que para un grupo tan enraizado en la tierra gallega implica el retorno a casa. Sea como fuere, esta concepción, que impregnó los tres primeros movimientos, permitió disfrutar al máximo del afamado preciosismo del Quiroga. Un sonido limpio, afinadísimo, primoroso al máximo. Las czardas que dan vida en el Allegro non assai impusieron un bienvenido cambio de registro, colorista y electrizante.
La interpretación del Primer cuarteto, más enraizado en la tradición, fue más canónica, realzando el Quiroga el carácter sinfónico de esta música, haciendo evidentes los puentes que unen la unen con la contemporánea Primera sinfonía, tanto por su arquitectura como por su impulso rítmico. El contraste dramático del discurso se mantuvo de principio a fin inalterado, manteniendo la tensión de principio al fin en lo que es por sí solo, una auténtica catedral sonora. Nuevamente llamó la atención la contención expresiva en el Allegreto, pero en su conjunto fue una lúcida interpretación que condujo a un sobrecogedor clímax final.
El público del Círculo de Artes, disfrutó y como propina recibió la maravillosa In stiller Nacht que recuperó el espíritu de la primera parte. Hubo una amplia presencia estudiantes del conservatorio que se acercaron a esta exigente música de la mano de uno de sus mejores embajadores. El entusiasmo con que estos jóvenes respondieron fue tan contagioso como reparador en estos tiempos marcados por tan incontables distracciones digitales.