A pesar de las consideraciones estilístico-temporales, de gran acierto se puede considerar la programación de la Missa solemnis, op. 123 de Beethoven en el marco del Ciclo Universo Barroco del CNDM. No fue una ejecución más de la monumental creación beethoveniana, sino una interpretación que nos trasladó, desde la sensibilidad contemporánea, a una aproximación historicista fiel y evocadora. La Orquesta y el Coro Balthasar-Neumann bajo la lúcida dirección de Thomas Hengelbrock supieron captar no solo la magnitud compositiva y emocional de la Missa solemnis, sino también sus matices más sutiles, ofreciendo una experiencia reveladora para el público que llenaba el Auditorio Nacional.
El Coro Balthasar-Neumann emergió como el gran protagonista de la velada, desplegando una interpretación colectiva intensa, técnicamente impecable y plena de expresividad. Ya desde el Kyrie inicial, destacó por una transparencia sonora inefable, que le permitió crear una amalgama perfecta con los solistas vocales y la orquesta, hasta rozar lo sublime en el Christe eleison. La potencia vocal y la precisión rítmica fueron especialmente sobrecogedoras en el Gloria, donde la compleja fuga conclusiva fue ejecutada con una brillantez técnica y claridad envidiables. En el Credo, el coro brilló en el crucial Et resurrexit con una dinámica arrolladora y una afinación magistral en los difíciles pasajes agudos. Asimismo, el Agnus Dei mostró al coro en su faceta más conmovedora, transmitiendo profunda emoción y recogimiento de forma estremecedora.
La concepción de Hengelbrock fue contrastada al máximo. En los pasajes líricos de la Missa su interpretación destacó especialmente por su serenidad contemplativa. Así, en el Kyrie desarrolló una narrativa fluida y armoniosa. En contraste, los momentos más intensos fueron tratados con tempi ágiles y amplios y máximos picos dinámicos, como sucedió de forma ejemplar en la fuga conclusiva del Gloria o en el potente Et resurrexit del Credo. El todavía joven, pero con un amplísimo bagaje, tenor Julian Prégardien ofreció una interpretación sensible y técnicamente impecable en el Benedictus, mientras que la soprano Regula Mühlemann destacó particularmente en el Et incarnatus est del Credo con su notable capacidad expresiva. La mezzo Eva Zaïcik, enriqueció el Agnus Dei con su voz profunda y intensa expresividad. Gabriel Rollinson, bajo de timbre cavernoso y rico, ofreció un magnífico empaste, aunque su proyección, ya de por sí moderada, fue parcialmente limitada por la disposición escénica, ubicada tras la orquesta, circunstancia que, aunque históricamente informada, resultó algo problemática en la acústica moderna del Auditorio Nacional.
Finalmente, la dirección de Thomas Hengelbrock fue luminosa, directa y llena de vitalidad, características que definen su amplia trayectoria concertística y discográfica en el repertorio barroco, clásico y romántico. La dramaturgia es un aspecto clave en su conjunto, y esto se reflejó en la estudiada disposición de las secciones instrumentales, solistas y coro, pero de forma más específica con la sorprendente ubicación en el Agnus Dei de cajas y trompetas en la parte posterior del anfiteatro, consiguiendo un muy logrado efecto en la lejanía. Fue, en resumen, una Misa tan equilibrada como apasionante, que permitió que cada sección instrumental y vocal brillase con identidad propia, dando pie a una muy estimulante experiencia.