No cabe duda a estas alturas de que un recital de Grigory Sokolov no es para tomárselo a broma; se trata de uno de los mejores pianistas de nuestra historia contemporánea, lo ha sido en todos los estadios de su carrera, y siempre nos convence con un programa serio, bien estructurado y, sobre todo, bien estudiado. Alguno podrá estar de acuerdo o no con el enfoque interpretativo, ya saben, Bach con más o menos pedal, dinámicas graduadas, el tempo escogido… pero estaremos todos de acuerdo en que se trata de un pianista que no viene ni al efectismo ni a la imagen, sino a hacer la mejor música posible valiéndose de los mejores compositores.

Grigory Sokolov en el Auditorio Nacional © Valentina Moreno | Fundación Scherzo
Grigory Sokolov en el Auditorio Nacional
© Valentina Moreno | Fundación Scherzo

Comenzó este recital con una obra de Bach que se conoce poco y que se toca menos, los impresionantes Cuatro duetos, BWV 802-805. Se compara a estas cuatro piezas con las Invenciones, por el diálogo constante entre dos únicas voces, pero entrañan sin duda una complejidad mayor, dado que su contenido armónico y rítmico es más rico. Es en este último parámetro donde resultó más interesante la ejecución de Sokolov, en un impulso rítmico dinámico incluso en los movimientos más melódicos que dotó de independencia a estas piezas singulares.

No permitió aplausos Sokolov entre los Duetos y la Partita núm. 2, y acometió la suite enunciando un do menor arpegiado, contundente y con presencia. El inicio de la Sinfonía resultó adecuadamente dramático, con ritmo riguroso y majestuoso. Los tempi resultaron adecuados al carácter de cada danza, pero destacaríamos la destreza al proyectar unas dinámicas escalonadas, contrastantes, que hacían pensar en un clave de dos manuales. También la enunciación temática se benefició de un sonido bien presente, pero no exagerado, con el que se equilibraron y percibieron a la perfección los contrapuntos.

Tras el descanso, llegó otro tipo de recital con Mazurkas de Chopin y las Escenas del bosque de Schumann. Escogió Sokolov dos ciclos de Mazurkas de las más introspectivas y pausadas, y las resaltó con una fuerza expresiva única basada en la declamación del piano a través del contenido rítmico de las frases y de la acentuación adecuada en su acompañamiento. Cada mazurka se convirtió en una suerte de meditación profunda y, tal vez por ello, comenzó otro recital de toses que se propagó por todos los rincones del auditorio con irritante contumacia, y que ya no cesó hasta el final del concierto. Es un milagro que Sokolov haya podido mantenerse concentrado en las Escenas de Schumann, y no nos sorprende, por tanto, que haya errado varias notas en la Canción de caza. Si obviamos esto, nos quedamos con una imagen del ciclo unificada aún con sus contrastes rítmicos y temáticos, del que destacaremos el rango expresivo logrado en el Pájaro profeta.

Fiel a su habitual proceder, concluido el programa oficial, se inició el tercer acto del concierto con las propinas de rigor, desencadenando la devoción de todo el mundo. Propuso obras que pertenecen a su repertorio desde hace décadas y que muestran gran parte de su abanico técnico, siendo en la calidad de sus trinos donde no encuentra rival; obras de Rameau y Chopin de entre las que nos quedamos con la inolvidable segunda mazurka del op. 68, para culminar un magnífico recital de dos horas y media de duración.

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