Hace algunos años los empresarios Gary Keller y Jay Papasan publicaron un libro que se convirtió en un best seller internacional, lo llamaron The One Thing  (Solo una cosa, en la traducción al español). En él declaraban que la clave del éxito consiste en centrarse en una sola tarea de manera sobresaliente en lugar de dispersarse acometiendo varias a la vez con resultados más bien medianos. Así hay grandes artistas, y en nuestro caso grandes músicos, que han cosechado notables éxitos concentrando sus esfuerzos, en general, en una tarea específica, como bien podría ser Ton Koopman con el repertorio barroco.

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Ton Koopman al frente de los Amsterdam Baroque Orchestra & Choir
© Rafa Martín | Ibermúsica

Todo esto viene a cuento a raíz del concierto ofrecido por el músico de Zwolle y su formación, la Amsterdam Baroque Orchestra & Choir, que nos visitaron en el marco de la serie Arriaga de Ibermúsica. Presentaban un programa que a priori no debía suponer ningún problema a un conjunto que se entiende especialista en estas lides, a saber, el Magnificat de Bach, El Concerto grosso “per la notte di natale” de Corelli, y el Te Deum de Handel. Pero tan pronto acometió el timbalero su instrumento comenzamos a percibir que algo se estaba descabalando en el discurso de conjunto. La explicación más plausible era que el maestro, de tan centrado que estaba tocando el órgano, no estaba dirigiendo a su orquesta correctamente. Tal fue la evidencia que el conjunto mostró una continuada inclinación a entrar a destiempo y a no clarificar los contrapuntos de la obra de Bach. Los solistas de la orquesta se percibieron imprecisos, y los vocales, aún esforzándose por comunicar la complejidad del texto, tampoco estuvieron particularmente brillantes. Y en medio el maestro, a caballo entre el órgano y la dirección, sin clarificar entradas ni modular dinámicas. Uno se preguntaba para qué estaba la magnífica organista Kathryn Cok, que participó muy brevemente en esta primera parte. Se diría que se confundió, en general, austeridad con tibieza. La interpretación del Concierto de Corelli siguió un poco los mismos derroteros que el Magnificat, con una ejecución rutinaria que funcionó, si cabe, porque, en cualquier caso los intérpretes no dejan de ser grandes maestros. En suma, en esta primera parte nos pareció que la formación podría haberlo hecho mucho mejor.

Claro que también hay que reconocer que cuesta trabajo concentrarse en ofrecer lo mejor de uno mismo cuando parte del público parece que se ha propuesto sabotearlo todo. Hasta ocho móviles sonaron con total impunidad durante el desarrollo del concierto, y eso que se pidió, alto y claro como siempre, a los asistentes, que apagaran o silenciaran sus dispositivos.

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Ton Koopman
© Rafa Martín | Ibermúsica

En cualquier caso, nos encontramos en la segunda parte con una suerte de resurrección técnica y emocional que logró, esta vez sí, que se nos quedara el concierto en el recuerdo como uno de los eventos musicales más significativos de este año singular. Y es que Ton Koopman, esta vez abandonando la ejecución del continuo, y centrado exclusivamente en la dirección consiguió extraer de la formación el sonido y el impulso rítmico sobresaliente que le es propio al director, y por supuesto a esta obra de tono enardecido, que conmemora una victoria bélica del ejército inglés sobre los franceses. Requería la composición una dirección extrovertida y sin fisuras, y así nos la concedió Ton Koopman, en pie, clarificando todas las entradas, comunicándose con los solistas vocales, y alentando generosamente a trompetas y timbales a establecer el campo de batalla. El propio Rey Jorge II no habría dirigido mejor a sus tropas en la batalla de Dettingen que conmemora este Te Deum. Esta vez la articulación y el equilibrio dinámico, escalonado unas veces, graduado otras, pero perceptible siempre, permitieron lucir las líneas contrapuntísticas de la escritura de Handel; y por su parte los solistas, tanto vocales como instrumentales, se mostraron más ágiles con la afinación y los adornos.

No nos extrañó pues, y menos aún después de que el propio director nos felicitara las fiestas y nos deseara a todos un mejor año que viene, que el público “sugiriese” una propina, que nos concedió la formación para regocijo de todos y lucimiento del coro. Un buen concierto, como ven, con sus luces y sombras, pero con el recuerdo indeleble de una segunda parte excepcional que nos viene de perlas para culminar un año, esperamos, también excepcional. 

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