Cierra Ibermúsica el año 2021 de su Serie Barbieri con un concierto grande en todos los aspectos menos el tamaño de la orquesta. Pero, como se suele decir, más vale calidad que cantidad, y los músicos de la Rundfunk-Sinfonierorchester Berlin supieron, con un sonido excelente, hacer que apenas se notara el reducido tamaño del conjunto. El repertorio también giró en torno a este concepto de lo grandioso, ideal para cerrar el año. Siguiendo el esquema habitual de los conciertos comenzamos con un aperitivo no muy original, pero que nunca se hace repetitivo: la obertura de Don Giovanni. Sus primeros acordes acompañados del redoble de timbal hicieron retumbar el auditorio, sirviendo como estruendoso preludio del torrente musical que estaba a punto de arroyar a un auditorio repleto. Jurowski supo marcar bien los cambios de tempo, los acentos y las síncopas para lograr una obertura divertida y potente.

Leonidas Kavakos y la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin en el Auditorio Nacional de Madrid
© Peter Meisel

El plato principal fue el Concierto para violín en re mayor, op. 77 de Brahms. Si en Don Giovanni habíamos escuchado la potencia de la RSB, en el Allegro non troppo del concierto pudimos apreciar los delicados matices que Vladimir Jurowski supo sacar a las cuerdas de su orquesta. Sobre estas destacaron las maderas con unos timbres muy claros, entre los que pudimos apreciar especialmente la complicidad que se desarrolló entre el fagot y la flauta en sus pequeños detalles. En cuanto a Leonidas Kavakos, ¿qué decir? Supo sonar grande incluso en los pianissimo, subiendo a unos agudos al límite del registro del violín a los que supo sacar un timbre claro y un sonido potente capaz de llegar hasta las butacas más altas del auditorio con una nitidez absoluta. A ello se debe añadir el magistral uso de la línea melódica que hace el violinista ateniense, capaz de alargarla sin que afecte ni por un instante el movimiento del arco o las dificultades técnicas que Brahms cargó a la mano izquierda. Kavakos no dudó en recrearse en los pasajes más largos del Allegro non troppo y el Adagio, destacando especialmente en una cadenza que sonó tan complicada como natural. Orquesta y solista mostraron un gran cambio en el Allegro giocoso, menos profundo y más divertido. Supieron marcar cada uno de los acentos invitando al público a moverse en sus asientos con los ritmos húngaros que Brahms escribió en honor del dedicatario del concierto, el violinista Joseph Joachim.

El director Vladimir Jurowski y el violinista Leonidas Kavakos
© Peter Meisel

Tras el descanso quedaba aún el segundo plato que de secundario no tendría nada. ‘La grande’ de Schubert puso la guinda a una velada de intensa música germánica. Tras un solo de trompa estático y poco lucido, las maderas recogerían una melodía mucho más movida y Vladimir Jurowski no tardó en conseguir que la orquesta se moviera a un único ritmo, creando un motor rítmico en los graves que le permitieron ejercer con soltura su habitual dirección tan sobria, ¿por qué agitarse marcando un pulso que los músicos, si se escuchan, han de tener interiorizado? No solo en el aspecto rítmico consiguió mover Jurowski a la orquesta como un único instrumento, sino que también las dinámicas y especialmente los reguladores se realizaron de forma compacta. En general la sinfonía sonó con gran naturalidad y potencia. El Trio del tercer movimiento resultó natural y la orquesta supo moverse como si las melodías fueran una suave brisa de verano que mece la copa de los árboles. El detalle final, la guinda de la guinda, llegó en el Allegro vivace, Jurowski, con muy buen acierto, supo destacar el motivo que nos recuerda a la otra gran novena sinfonía –la de Beethoven–, uniendo así en un único concierto lo mejor de la música alemana del siglo XIX.

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