Tras presentarnos un descubrimiento relativamente reciente como fue la Bamberger Symphoniker, llega a Ibermúsica una vieja conocida. Vieja y fiable, pues en sus numerosas visitas a España siempre ha cosechado excelentes críticas. Me refiero, como no, a la Münchner Philharmoniker que se presentó en el quinto concierto de abono de Ibermúsica de la mano del maestro Krzysztof Urbański.

En esta ocasión, la velada se abrió directamente con el Concierto para violín en re mayor de Chaikovski, en el que la invitada de la noche debería compartir el protagonismo con el solista: Nemanja Radulović. El serbio ofreció al público del Auditorio Nacional un “Chaikovski” que será difícil de olvidar. Si esto es para bien o para mal, podríamos decir que es una cuestión de gustos, pero ya que me han asignado a mi la tarea de comentar esta actuación, compartiré con ustedes la mía y decidan ustedes si están de acuerdo o no.

Nemanja Radulović y Krzysztof Urbański
© Rafa Martín | Ibermúsica

Desde el momento en el que el violín toma el timón, después del breve pero cargado de emoción tutti, Radulović arrancó con un rubato. Me pareció, por ser excesivamente largo, anticlimático, pues rompía la línea del discurso que la orquesta traía en el tutti. Si bien estamos ante el comienzo de la parte solista, es también la cadencia del tema anterior que enlaza con el nuevo que, justo después, ha de convertirse en protagonista. Hubiera sido algo anecdótico si el uso del rubato no se hubiera convertido en la tónica general del concierto, provocando la pausa, en lugar de una enfatización y un aumento de la emocionalidad del discurso –¡fíjense que hasta coincide con el funcionamiento del discurso hablado!–, una división completamente antinatural del mismo. La repetición constante de la técnica le resta todo el sentido y, siendo incapaz de emocionar, acaba resultando en una línea melódica hortera. Un sonido muy lejano a la atmósfera de solemnidad que Urbański supo imprimir a los tutti, en los que una sección de trompas abrumadoramente precisa nos recordó que lo que estábamos escuchando era el concierto de Chaikovski.

Si Radulović se hubiera reservado el rubato para las cadencias, hubiera logrado elevar el efecto de estas a otro nivel. El serbio tiene una técnica impecable que se dejó ver especialmente en el manejo de los matices de ambas cadencias. El pianissimo es sublime y lleno de expresividad y no tiene problemas para llegar a mostrar una gran potencia sin que cambie el timbre del violín. Si hubiera controlado un poco más la emoción, podría haber buscado una mayor precisión en los pasajes más técnicos y lograr así un adecuado equilibrio entre el caos y el orden, en lugar de dejarse arrastrar por las pasiones dionisíacas.

La Müchner Philharmoniker en el Auditorio Nacional con Krzysztof Urbański en la dirección
© Rafa Martín | Ibermúsica

La segunda parte del concierto, una obra que permite el pleno lucimiento de la orquesta: los Cuadros para una exposición de Mussorgski en la impecable orquestación de Ravel que ofrece un viaje por los distintos timbres y atmósferas que una orquesta sinfónica puede crear. Urbański marcó bien los contrastes: de la tensión de “El antiguo castillo” a la futilidad de las “Tullerías”, incluso en el movimiento de la batuta del maestro se podían apreciar los cambios de carácter. De lo rítmico del “Baile de polluelos” a lo solemne y casi religioso de “La Gran Puerta de Kiev”. La Münchner Philharmoniker nos mostró una banda sonora del mundo del XIX a la que solo le faltó un poco más de potencia en el movimiento final, en el que Urbański reservó demasiado el fortissimo, dando lugar a una “Gran Puerta de Kiev” más controlada y, por lo tanto, alejada de la grandilocuente ceremoniosidad rusa.

Fue, aparte de un buen concierto, una excelente lección sobre el manejo de las emociones y de cómo el equilibrio entre el control y el arrebato es mucho más difícil de conseguir de lo que parece.

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