Gran apuesta la de Pablo González con un repertorio complejo, a la par que interesante, para su gira por España con la Dresdner Philharmonie. Unida a las varias entrevistas que ha concedido el maestro, no hay duda de que regresa a España con la intención de dejar constancia de su gran talento, el cual ya apreciamos aquellos que tuvimos la oportunidad de verle dirigir la Orquesta de Radio Televisión Española durante los años que estuvo al frente de dicha formación.

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Pablo González al frente de la Dresdner Philharmonie en el Auditorio Nacional
© Rafa Martín | Ibermúsica

Con la Dresdner Philharmonie cambia el lienzo, pero no el pincel. Pero vayamos parte por partes. El Concierto para piano núm. 25 de Mozart tiene una plantilla escueta. El Clasicismo, en general, permite prestar atención a los pequeños detalles, que es lo que realmente marca la diferencia entre una interpretación corriente y otra memorable. Creo que González no aprovechó todas las posibilidades que brinda el concierto. Aunque cuidó los matices y los crescendi a los tutti fueron extraordinarios, eché en falta dos aspectos esenciales de la música clásica: un mayor detalle en la articulación, algo que no estuvo patente en una sección de cuerdas bastante plana; y una mayor consonancia entre cuerdas y vientos. Los vientos deben ser detalles que emergen con belleza del mar de cuerdas, y no simplemente un acoplamiento. En este aspecto la sección de trompas estuvo especialmente floja, imprecisa en la afinación y el ataque, y muy por debajo del nivel que cabe esperar de una formación a la altura de la Dresdner Philharmonie.

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Francesco Piemontesi
© Rafa Martín | Ibermúsica

La interpretación de Francesco Piemontesi fue, técnicamente, impecable. Atinó las notas con una pureza cristalina, pero abusó del carácter inocente del piano, que no es sino un cliché de la música de Mozart, la cual esconde mucho más. El movimiento final fue el más entretenido, con una mayor variedad en el fraseo y una articulación muy interesante. Sin embargo, aguó el efecto final del concierto al seleccionar como propina la última variación del tercer movimiento de la Sonata para piano núm. 6 de Mozart, haciendo énfasis, nuevamente, en ese carácter inocente de la música clásica que predominó durante todo el concierto. ¡Si es que las propinas las carga el diablo!

La segunda parte resultó más interesante. En las complejas estructuras orquestales de los compositores del romanticismo tardío es donde se aprecia la extraordinaria calidad de González para ordenar, cual relojero, perfectamente cada engranaje, así como para conseguir unos logradísimos tutti, en los que hizo gala de unos deliciosos contrastes en cuanto a la dinámica. Proponerse dirigir el Adagio de la Sinfonía núm. 10 de Mahler es cargarse con un buen desafíao. No es fácil hacer sonar bien las desnudas líneas melódicas de las cuerdas, ni lograr que el agudo timbre de los violines primeros se ajuste a la textura coral de la orquesta. Si bien estos aspectos aún se pudieron haber perfeccionado un poco más, González logró una gran cohesión de la orquesta y una textura bella y equilibrada, bien construida desde un grave en el que destacó un metal con un sonido muy redondo. Más aún disfrutamos con la obra final: Muerte y transfiguración de Richard Strauss. Aquí, ya sí, no hubo nada criticable en cuanto a la concepción de la estructura de la obra. Un fondo armónico exquisito, unas dinámicas perfectas con contrastes muy espectaculares, los diminuendi del final delicadísimos y muy bien coordinados por el maestro.

Pablo González © Rafa Martín | Ibermúsica
Pablo González
© Rafa Martín | Ibermúsica

Por tanto, de Pablo González debemos, en primer lugar, destacar su valentía, así como su versatilidad. También es admirable su capacidad para exprimir al máximo las capacidades de las formaciones que dirige, logrando, en este caso, un excelente Strauss prácticamente impensable para una sección de cuerdas poco inspirada. Nada que ver con lo que era en la época en la que Temirkanov estuvo en el podio. Solo lamento la altura de las expectativas, quizás demasiado alta, que ponemos cada vez que González vuelve a su tierra. No lo vea como una reprobación, maestro, sino como una muestra de las ganas que tenemos siempre de escuchar su mejor versión.

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