Ciento veinticinco años, nada menos, cumple el Orfeón Donostiarra, y viene a celebrarlos a Madrid con la Novena de Beethoven, una obra que, como se pueden imaginar, no le pone trabas a estas alturas, y eso que se trata de una formación amateur, tal como se afirma en su página web. La cuestión instrumental la ha resuelto con honores la formidable Orquesta de Cámara Andrés Segovia, más joven que longeva, y tal vez sea por eso que la obra sonó ágil, potente y refrescante, con la vivacidad y la energía que le es más propia a formaciones que no se han enfrentado a esta partitura innumerables veces, y que tienen en sus filas grandes músicos que la quieren estudiar hasta sus últimas consecuencias. En todo este entramado, desde luego, es necesario señalar la magnífica labor del director José Antonio Sainz Alfaro, que comandó la obra cara a cara frente al intachable timbalero con una constancia y empeño sobresalientes.

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El Orfeón Donostiarra y la Orquesta de Cámara Andrés Segovia en el Auditorio Nacional
© Orfeón Donostiarra

Es nuestro parecer que resultó más interesante el enfoque practicado en los dos primeros movimientos. No faltaron ni desajustes ni imprecisiones, pero resultaron prácticamente anecdóticos ante la percepción de un sonido exquisito, brillante y omnipotente, tal vez más con brio que maestoso, pero igualmente sobrecogedor. Se diría que se trataba de una interpretación no centrada en lo mecánico, pero sí en la expresión y, en cualquier caso, en un impacto rítmico y sonoro que, sin duda, llegó a conmover a los presentes. Se percibe que hay una buena conexión entre el director y la orquesta, y que la formación responde con entusiasmo a las ideas interpretativas que nos permiten escuchar esta sinfonía descubriendo en todo momento algo nuevo o diferente. Desde luego la elección de un tempo vivo e inflexible contribuyó al mayor logro expresivo de los dos primeros movimientos, por más que el oboe y otros vientos presentaran algunas dificultades en el segundo, tal vez por esta razón. Otra estrategia interesante fue la de destacar secciones que habitualmente se disimulan, como dar prioridad a las trompas sobre las cuerdas. Este proceder le dio a la sinfonía un carácter especial, propiciando un timbre muy bien empastado y una estabilidad arquitectónica robusta.

El Orfeón Donostiarra cumple 125 años © Orfeón Donostiarra
El Orfeón Donostiarra cumple 125 años
© Orfeón Donostiarra

Sin embargo, no pareció funcionar este enfoque con la misma solvencia en un tercer movimiento en que la mayor presencia de los vientos dejó al descubierto una serie de disonancias que parecen funcionar mejor cuando habitualmente se las oculta en el entramado orquestal. Con un recorrido un tanto divagante en el Adagio, se sintió la necesidad de la intervención vocal para recuperar ritmo, fraseo y presencia. Le tocó, pues, al barítono César San Martín imponer su timbre para retomar el rumbo de la obra con su magistral declamación, y al magnífico Orfeón, en todo caso, para recomponer la potencia y el carácter que necesita la interpretación de una obra de estas dimensiones. Esta requiere una constante comunicación para solventar eficazmente todas las pruebas rítmicas, y para encajar correctamente todas las piezas que exige Beethoven, y esta comunicación se debilitó entre los solistas y el director, propiciando notables desajustes rítmicos. En todo caso los cantantes estuvieron correctos, sin resaltar jerarquías y propiciando una expresión unificada en sus intervenciones conjuntas, y en sus diálogos con el Orfeón, que, por lo que parece, mejora con los años.

Un concierto muy completo, como ven, nada fácil de clasificar y aún menos fácil de olvidar que nos ha permitido disfrutar de una Novena un tanto atípica, con un enfoque arriesgado y comprometido, que dejó al público madrileño, sin duda, más que satisfecho.

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