Hay en el Beethoven del Concierto núm. 2 para piano y orquesta un siglo XIX que todavía no ha llegado, así como hay en la Sinfonía lírica de Zemlinsky un siglo XIX que no se quiere ir, que se resiste a pasar el vado hacia la vanguardia. De alguna manera, las prefiguraciones y postrimerías se daban la mano en este concierto del ciclo sinfónico de la Orquesta Nacional de España con David Afkham en la dirección y una invitada de excepción como Mitsuko Uchida.

David Afkham y Mitsuko Uchida © OCNE
David Afkham y Mitsuko Uchida
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Está este concierto beethoveniano, el primero realmente por orden de composición, imbuido del clasicismo de Mozart y Haydn y así ha de entenderse en su interpretación. Afkham lo enfocó justamente con la debida contención, haciendo vibrar a la orquesta solamente en algunos puntos muy concretos, para marcar ciertos contrastes, pero manteniendo un perfil elegante y dejando que Uchida brillara con la naturalidad que distingue a esta pianista desde hace décadas. Uchida domina este repertorio como pocos otros pianistas y dio buena prueba de ello. Dibujó sobre el teclado un trazado de fraseo claro, con un uso moderado del pedal, un inminente sentido del ritmo en la concatenación de las figuras, una serenidad carismática capaz de aunar un transcurso sin aspavientos con una personalidad impresa en cada nota. Excelente en todo momento, cabe aun así destacar el segundo movimiento, en el que el descarnado recitativo confiado al piano requiere de una sonoridad diáfana y a la par que bien sostenida en su sencillez. Uchida encandiló a la sala manteniendo la arquitectura del movimiento en un gesto mínimo, íntimo y completamente expuesto a la vez. Lo que hace la diferencia entre un buen intérprete y un maestro es probablemente la capacidad de mostrar elementos aparentemente opuestos y hacerlos convivir en una lectura delicada y matizada que no necesita tomar prestado de otros, y eso es lo que pudimos apreciar con Uchida.

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Christopher Maltman
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Por otro lado, la Sinfonía lírica de Zemlinsky expresa algo tan personal como el curso emocional de un amor con una orquesta de dimensiones notables más dos cantantes en una atmosfera de gran suntuosidad sonora, una inspiración mahleriana, que el propio compositor reconoció, y algunos tintes expresionistas, si bien anclados en la estética tardorromántica. Es una obra exigente para los cantantes, dado que requiere al mismo tiempo capacidad de confrontar con la mole orquestal y expresar los versos de Tagore con los matices y la sutileza que de ellos emanan. Tanto Christopher Maltman como Christiane Karg encontraron el registro justo, no carecieron del necesario caudal en ningún momento y se fusionaron bien con el desarrollo sinfónico. Por su parte, Afkham dio una lectura muy interesante, con el ineludible brillo y potencia del metal pero sabiendo someterlo a la coherencia global de la obra y con el correcto equilibrio entre secciones, modelando las dinámicas a través de las inflexiones del texto. Estuvieron especialmente logrados los números finales, más etéreos y sopesados, en los que la Orquesta Nacional plasmó unos pianissimi memorables y en los que el respiro de la voz se hizo uno con el de la orquesta. El equilibrio formal junto con la atención por el detalle en cada pasaje dio indudablemente lugar a una lectura de altos vuelos.

Este Sinfónico 9 estuvo entre lo más destacado de lo que hemos escuchado en lo que va de temporada: por supuesto la visita de Mitsuko Uchida era algo que prometía un concierto excepcional (y claramente no defraudó), pero no hay que dejar de elogiar a la Orquesta Nacional, que está en su punto álgido y a su director que sigue dando muestras de sus dotes y de profundización en un interesante repertorio.

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