Si uno realiza algunas pesquisas elementales en la página web de Liza Ferschtman se encontrará con una excelente violinista, de la que se dice que es conocida por sus interpretaciones apasionadas, interesantes programas y cualidades comunicativas en el escenario. Nosotros, que hemos asistido a su concierto junto a la ORCAM, podemos dar fe de que estas afirmaciones son ciertas, y aún que han pecado de modestas. La violinista destaca, ya lo veremos, por su maestría al violín; pero es que además se trata de una directora de orquesta sorprendente y original que es capaz de producir un sonido y una chispa al tiempo personalísima y respetuosa, y permitirnos el lujo de escuchar una obra nueva en la interpretación de partituras que todos hemos escuchado ya en innumerables ocasiones.

Liza Ferschtman y la Orquesta de la Comunidad de Madrid
© Orquesta de la Comunidad de Madrid

Ya nos pareció particularmente llamativo que pusiera a los músicos a tocar de pie, con las secciones bien entremezcladas, y que se nos presentara en calidad de solista y directora. Suponemos que debió considerar que así obtendría mayor cohesión, mejor sonido y más comunicación, más aún cuando no dejó de interpretar, como una más de la orquesta, la parte correspondiente al violín. Y así fue, qué duda cabe. Nos vimos ante una interpretación de la Clásica de Prokofiev muy especial y divertida, con mucha fogosidad y ritmo acelerado, pero sin aspavientos, meticulosa, pero desbordante al mismo tiempo; no exenta de imprecisiones, pero brillante en su ejecución. Se nos ofreció una sinfonía contrastante y bien declamada, con momentos de intervención para el lucimiento de instrumentos que no siempre se destacan con la misma intensidad, como es el caso del fagot.

Luego se fueron los vientos, y nos quedamos con la formación de cuerda propuesta por Schonberg para su Noche transfigurada, que nunca deja indiferente, tal es su magnífica construcción expresiva. Es difícil recordar una mejor interpretación de esta obra. Consiguió que cada movimiento tuviera una personalidad propia, propiciando en cada fragmento la experiencia de una multiplicidad de emociones de diversa intensidad. Sin apenas pausa entre secciones, supo perfilar y construir los diferentes sentimientos complejos que yacen en la profundidad de esta partitura, abandonando en todo momento la superficie lacrimógena y deprimente, para permitirnos ahondar en todos los matices expresivos. 

Necesitamos la pausa para poder afrontar con el carácter que se merece el fantástico Concierto para violín y orquesta, de Beethoven, injustamente vilipendiando en el pasado, pero defendido adecuadamente por otros excelentes violinistas. Sin duda se ha puesto a la altura de los mejores Liza Ferschtman en esta ocasión, mostrándose como solista y directora, y sin tener que compartir su criterio interpretativo con nadie más que con su orquesta. Lo mejor, tal vez, además de su maestría como violinista, fue que supo dotar al concierto de un equilibrio impecable entre movimientos, respetando las exigencias de los tempi y sin regodearse en el Larghetto, realizando también una transición hábil entre este movimiento y el Rondó final. Nuevamente el diálogo fue protagonista, y hemos de destacar forzosamente, el que sostuvo con el excelente timbalero.

En su vertiente como violinista, es innegable que Ferschtman destaca por el dominio de un sonido potente que es capaz de combinar con grandes dosis de lirismo sin mostrar dificultad aparente. Resultó admirable ver cómo no se amedrentaba ante la cantidad de dificultades planteadas por Beethoven, y cómo las resolvía sin menoscabar el ritmo.

Nos encontramos, como ven, ante una intérprete singular que bien podría ser una de las grandes directoras de esta generación, y que es capaz de comunicarse con su orquesta de una manera especial; una orquesta, no lo hemos mencionado pero es también necesario reconocerlo, que se mostró igualmente brillante y entusiasta en todo momento. Reconocimiento generalizado y muy sonoro, al término del Rondó, para toda esta formación que nos ha dado uno de los mejores conciertos en lo que llevamos de año. 

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