Música poética y sinfonismo crepuscular, dos de las líneas temáticas de esta temporada para el ciclo sinfónico de la Orquesta Nacional, se unían y se fundían en este programa en el que la estética tardorromántica de Sibelius y la contemporánea sui generis de Dutilleux convivían, en el margen de las influencias extramusicales, para brindar el debut de la neozelandesa Gemma New al frente de la ONE. Sin duda, se trataba de una prueba de notable complejidad pero que, lo adelantamos, fue superada con brillantez, sabiendo imprimir su personalizad a obras de estilos diversos. 

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Jean-Guihen Queyras
© Orquesta y Coro Nacionales de España

Tout un monde lointain, el concierto para violonchelo y orquesta de Dutilleux, inspirado por los versos de Baudelaire y protagonizado por el solista Jean-Guihen Queyras, abrió el concierto, instalando al oyente en un clima hipnótico y onírico. El lenguaje del compositor francés se caracteriza por la recreación de sonoridades y atmósferas sutiles y casi indeterminadas; sin embargo la lectura de New y Queyras no fue complaciente en tal sentido. Al contrario, la directora neozelandesa fue muy cuidadosa a la hora de extrapolar todos los detalles que la partitura contiene, exprimiendo toda su riqueza. Por su parte, Queyras manejó el concierto con solvencia, no obstante la obra presenta diversas dificultades de carácter técnico, así como numerosos cambios de registro. El violonchelista francés encontró el correcto punto de aspereza en su sonido para integrarse en el conjunto orquestal, especialmente elaborado en el entramado de las voces medias por una atenta New. Se trató de una interpretación de concentrada intensidad, que conjugó con maestría los vaivenes de la partitura bajo un denominador común desde el punto de vista de la sonoridad, pero haciendo que la valorización de los detalles cincelara un discurso bien articulado. 

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Gemma New al frente de la Orquesta Nacional de España
© Orquesta y Coro Nacionales de España

Tras la pausa, New se enfrentó a un hito del sinfonismo de los primeros años del siglo XX. La Segunda sinfonía, aun entre las más célebres de su compositor, es bastante convencional en cuanto a la forma, pero brilla por su abundancia de recursos melódicos y tímbricos. New supo aprovechar muy bien todos estos elementos, con particular atención a la sección de cuerda, que fue de lo más convincente. Sin denostar a las demás secciones, aquella mostró un equilibrio balanceado, suntuoso y redondeado que hizo de ella el perno de la obra. La directora invitada estuvo muy acertada también en el manejo de las dinámicas, construyendo las frases con amplitud y alcanzando los momentos culminantes sin perder claridad en el gesto. Y al igual que en la primera parte, aquí también el trabajo sobre los pasajes de desarrollo (en realidad más bien escasos en la partitura) mostraron el carácter atento de New, sabiendo dotar de profundidad a cada compás.

El segundo movimiento se abrió de modo casi camerístico con el pizzicato que atraviesa delicadamente toda la cuerda. A esta se va agregando el posterior material sonoro, con esos destellos del metal que sonaron, en esta ocasión, algo excesivos, sin integrarse perfectamente en el más matizado conjunto. Aun así fue un movimiento envolvente, sosegado pero intenso, que daría paso al entusiasmo del final. El Allegro Moderato es una larga y densa coda con un apogeo orquestal en el que New destacó por su claridad a la hora de articular una masa sonora importante, bien medida para dar un toque peculiar en cada repetición temática y alcanzar un resultado muy convincente. 

El concierto fue una demostración de que compositores alejados pueden ser interpretados con criterio e impronta personal. Dejar que el espíritu se libere, aun conservando el respeto por la letra, y resuene con la intensidad que requiere: así podríamos resumir el notable debut de Gemma New al frente de la ONE. 

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