Ser director de orquesta significa ser un gozne, significa articular y amplificar una doblez entre aquello que surge del papel pautado y aquello que se traslada a la sala a través de un conjunto de instrumentistas bajo la forma de ondas sonoras. En el caso además de que el director y el compositor sean la misma persona, esta doblez se tiñe de un cierto privilegio, dado por una mayor inmediatez para el oyente y para los músicos, aunque a la vez más compleja para la figura del director, que se encuentra en la condición de trasladarse a sí mismo desde la intimidad de la escritura a la dimensión pública de la escucha, siendo además el responsable del evento performativo. La cita con la Orquesta Nacional y Thomas Adès al frente representaba, en tal sentido, una ocasión poco frecuente y bien interesante para escuchar algunas de las composiciones más recientes del compositor británico, y para mostrar además sus afinidades electivas con un autor como Leoš Janáček.
Un vínculo que apareció desde la prima obra en programa, Tower, for Frank Gehry, una breve fanfarria para 14 trompetas en un evidente guiño a la sección de metal utilizada en la Sinfonietta del compositor checo. Adès ponderó bien el sonido, transmitiendo una serie de matices, que no habría que dar por descontado dada la composición del orgánico, y empastando un timbre rico y articulado. Prosiguió con Märchentänze, para violín y orquesta, con la participación de Anthony Marwood. Es esta una obra que define bien el actual estilo compositivo de Adès, el cual trabaja intensamente sobre la tradición, con una evidente madurez de medios, y además tiene una ambición (en el fondo, con un halo romántico) que es la de narrar historias. En cuanto a la ejecución de Märchentänze, destacó sobre todo la atención por los detalles, plasmando los cruces melódicos con delicadeza y evocación, apoyándose en los sólidos medios de Marwood y en la confianza de los músicos dirigidos por el propio autor. Aparentemente simple, la escritura orquestal requiere un equilibrio y una sobriedad que la ONE supo plasmar.
Donde más exuberante se mostró Adès fue con Taras Bulba: ahí sacó a relucir todo el virtuosismo orquestal, con lectura rica de contrastes pero guiada ante todo por una visión global de la obra, hilando con atención todos los momentos e intensificando el discurso con el avanzar de los cuadros. Acostumbrado a experimentar con su propio estilo creativo, Adès se vio cómodo con la formación española, capaz de adaptarse brillantemente a diversos repertorios y estilos, imprimiendo con gesto claro su dirección y devolviendo una interpretación sin fisuras y vigorosa.