Lo ha vuelto a hacer Grigory Sokolov. Una vez más, y año tras año en sus sucesivas visitas a Madrid como parte fundamental del Ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo, ha dado un recital nuevamente único e inolvidable. Ya es difícil que en cada visita continúe sometiendo al público y a la crítica con su inimitable sonido, y es aún más difícil, si cabe, que lo haga por medio de compositores a los que rara vez se les hace mucho caso, como ocurre en esta ocasión con Henry Purcell. Cualquier otro pianista que se presentase en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional con una primera parte dedicada en exclusiva a Henry Purcell se habría encontrado con un público más bien escaso. Sokolov, una vez más, ha vuelto a llenar la sala. También lo iba a tener difícil un pianista que dedicase una segunda parte del recital a interpretar sin más una sonata y un adagio de Mozart, pero es bien sabido que es al final del recital cuando Sokolov inicia el verdadero concierto, integrado por sus habituales seis propinas, cada cual más sorprendente que la otra.
Pues con suites y piezas cortas del compositor inglés se desarrolló una primera parte que podríamos calificar significativamente como mágica. No hubo en general grandes momentos de lucimiento en movimientos vivos, ni regodeos exagerados en los movimientos lentos, sino más bien una continuidad meticulosa del carácter contemplativo, meditativo si se prefiere, que condujo toda la sesión de manera unitaria a través de un sonido cálido y acogedor que mantuvo la expectación y la atención de principio a fin. Ayudó mucho el tempo escogido para cada pieza, equilibrado en el contexto de todo un recital, para conseguir dotar de unidad expresiva a una propuesta formada por numerosas piezas de afecto dispar. Naturalmente, sirvió para el propósito unificador la perspicacia de incluir piezas de tonalidades vecinas que rondaron en todo momento los universos del sol mayor y el sol menor. No es fácil decantarse por una preferida, pero de hacerlo nos inclinaríamos precisamente por Ground in Gamut y la Chachonne, ZT680, en las tonalidades referidas. Señalemos también, aunque parezca más o menos repetitivo, la magnífica habilidad para resolver la inquietante ornamentación que abunda en las piezas barrocas, y particularmente en la de Henry Purcell.
Experto en la técnica de la ornamentación y en la claridad de articulación, no nos sorprendió que escogiese la fantástica Sonata número 13 en si bemol mayor de Mozart para iniciar la segunda parte del concierto. Sin duda es una de las sonatas de Mozart más difíciles. La acometió tal vez con demasiada velocidad, y se diría del primer movimiento que tenía carácter de tercero, resultando en un discurso frenético y sin pausas, argumentativo y nervioso, creando un ingenioso contraste con lo acontecido en la primera parte, pero dando al mismo tiempo una cierta impresión de atropello, que en todo caso se ajusta a la personalidad que muchas veces se le ha atribuido al compositor. Comenzaron en el segundo tiempo las primeras toses y las intervenciones indeseables de móviles y otras molestias que ya no cesaron hasta la última propina.
Mejoró la función con la interpretación del Adagio en si menor, K540, tal vez la obra más comunicativa y la mejor perfilada hasta el momento. Quien solo hubiera podido escuchar a Sokolov interpretar este Adagio ya se habría podido dar por satisfecho al presenciar un enfoque emocionalmente expresivo y lírico, simple y elegante. Satisfechos, bien podría habernos privado de las propinas, todas ellas con un marcado carácter romántico, pero igualmente las agradecimos, porque nos permitió en cada una acceder a emociones todas ellas profundas y expresivas. Nos regaló muestras de Brahms, Chopin, Rachmaninov, Scriabin y Bach, este último en adaptación de Siloti. Conectó especialmente con el público a través del desbordante Preludio, op. 23, núm. 2, impresionante en el ataque, en la estabilidad de las octavas y en la amplitud del sonido; pero nosotros nos quedamos en el recuerdo con la profundidad del descenso cromático de las octavas en el inolvidable Preludio núm. 20 de Chopin.