Un tríptico antológico del repertorio camerístico constituyó la segunda cita del Ciclo de Cámara en el Círculo de Bellas Artes. Un programa clásico, intenso y muy bien construido que comenzó con la apacible serenidad del último Brahms de las manos de Juan Pérez Floristán, siguió con el misterio del último cuarteto para cuerda de Beethoven con el Cuarteto Casals y concluyó con el más impetuoso Quinteto en fa menor, Op. 34 de Brahms, ahora ya con los artistas reunidos. Fue un programa reflexivo y, al mismo tiempo, de gran exigencia (debido también a la ausencia de descanso), que fue llevado a cabo por figuras de primer nivel en el actual panorama nacional y de indudable proyección internacional.
Empezaron por separado, con los Intermezzi, Op.117 de Brahms en la interpretación del pianista sevillano. Estas piezas son emblemáticas del universo del último Brahms por su emotividad controlada y su equilibrio. Pérez Floristán las abordó con un enfoque nítido, plasmando formas claras y un fraseo bien definido; por otro lado, fue contenido en las dinámicas, con un toque liviano y por momentos devolviendo un Brahms casi impresionista, pero sin abusar nunca del pedal. Faltaron tal vez algunos contrastes en el Andante non troppo e con molta espressione, mientras que en el tercer intermezzo, el Andante con moto, Pérez Floristán ofreció un fraseo terso en determinados pasajes con mucha sutileza.
A continuación, el Cuarteto Casals tomó el relevo con el Cuarteto de cuerda núm 16, Op.135 de Beethoven. Se trata del último cuarteto del compositor de Bonn y una de sus últimas composiciones. Es música en el estado puro, en esa paleta de colores que representa la forma más genuina para experimentar, a saber, la formación del cuarteto. Con sus ecos de la Novena sinfonía, sus trinos, sus sorpresas, sus misterios, su Lento lunar, esta pieza entraña notables dificultades tanto en su concepción, como en su ejecución. En tal sentido, la afirmada formación aportó seriedad y rigor a la hora de desarrollar el material y enfrentarse a los diversos escollos. Se mantuvieron siempre atentos a los motivos contrapuntísticos, así como a los vaivenes dinámicos que exigen especialmente los dos primeros movimientos. El tercer movimiento destacó por la búsqueda de un timbre más cálido, así como por sonoridades plenas, pero capaces de aprovechar los enigmas y los silencios de la partitura. Y como conclusión, el movimiento final en el que Beethoven se pregunta en torno a la decisión más difícil, como indica el manuscrito, la cual debe ser tomada, como indica el propio compositor. Lo cierto es que para el Cuarteto Casals, la decisión, si bien difícil, fue tomada con gusto, dado el muy buen nivel de la ejecución, sabiendo expresar las varias facetas de este último movimiento.
Para cerrar el tríptico, llegó el plato conjunto en el que Pérez Floristán y el Cuarteto Casals unieron fuerzas para el Quinteto de piano y cuerda, Op.34 de Brahms. Lejos del apacible mundo de la vejez de este compositor, así como del insondable último Beethoven, esta pieza brilla por su energía incombustible, algo que quedó patente desde los primeros compases.
Si Pérez Floristán se hubo contenido con los Intermezzi, ahora se mostró en su faceta más enérgica, brillando especialmente en el uso percusivo del teclado. La compenetración con el Cuarteto Casals se mantuvo por lo general a muy buen nivel, compartiendo las mismas pautas, sobre todo en relación con las dinámicas, el fraseo y los tempi. Es natural, siendo además la primera que se reúnen, que en algún momento se tuviera la sensación de una cierta falta de amalgama, especialmente en la búsqueda de un color común. Pero el fuego interno que anima la obra no dejó nunca de brillar: los intérpretes encadenaron los movimientos con un discurso coherente, marcado por la incidencia rítmica y una notable construcción de la arquitectura de motivos, frases y melodías que se alternan y se comparten entre todos los instrumentos. Lo más logrado fue, con probabilidad, la visión de conjunto que nos transmitió la obra con un sentido de integridad, cohesión y seriedad.
Se trató de un programa antológico y rotundo que sin duda no puede dejar indiferentes; pero solo puede dejar un buen sabor de boca si es llevado a cabo por intérpretes de gran valor, como afortunadamente ocurrió. Esperamos que sigan colaborando y que pronto haya más ocasiones de escucharlos, porque esta primera vez se ha revelado sin duda prometedora.