No podía despedirse de mejor manera la presente edición del Círculo de Cámara que con un inolvidable recital de violín y piano, con la particular música de Bach, Mozart y, de propina, Beethoven, que siempre nos sirve de alegre despedida. Nos anunció el fin de temporada Antonio Moral, en una breve alocución en la que agradeció la confianza depositada por el público asistente y presentó un breve pero muy sugerente adelanto de los nuevos conciertos de la próxima entrega de este ciclo, que serían presentados oficialmente al día siguiente en un acto más formal. Ya nos ocuparemos de ellos cuando llegue el momento, pero al menos permítasenos aplaudir de antemano el concierto de apertura de octubre, a cargo de la fantástica pianista Yulianna Avdeeva, a quien tuvimos ocasión de escuchar en esta misma sala hace algunos meses.

Hoy también hemos descubierto, algunos, a una violinista cuya agenda vamos a seguir de cerca. Se trata de Alexandra Conunova, una violinista moldava de la que hemos de destacar, sobre todo, su imponente y cálido sonido, y que es capaz de extraer el mayor partido a su magnífico violín Giovani Battista Guadagnini, dejándonos a todos impresionados. Tampoco es que haya elegido un lugar cualquiera para ofrecer el recital: el Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes goza de una acústica envidiable. La acompañaba al piano el reconocido pianista Christian Zacharias, del que podemos presumir que cuando interpreta el repertorio clásico estamos ante un acontecimiento excepcional.
Gran parte del acierto de este concierto, amén de la indiscutible intervención de los artistas, se debió fundamentalmente a la estructura del programa: tres sonatas de Mozart de distintos periodos compositivos para violín y piano, intercaladas por dos suites de Bach, para piano. De esta forma se consideró un programa perfilado con carácter narrativo, bien estructurado y unificado en un enfoque desarrollado entre la menor y la mayor complejidad expresiva, rítmica y armónica. Gran acierto también, culminar con la propina de Beethoven, el picaresco Scherzo de la Sonata Primavera, que hizo que todo el mundo saliera del concierto cantando y contento.
Con un programa tan variado, a pesar de todo es difícil concretar qué pieza produjo mayor satisfacción. Sin duda la primera Sonata en sol mayor causó un agradable impacto con la amabilidad de su tema principal y con la naturalidad y soltura con que los intérpretes intervenían en la conversación, perfilando el discurso de un diálogo alegre, divertido y, sin embargo, profundamente expresivo en su aparente simplicidad. Se trata de una Sonata que cualquiera podría escuchar todos los días… a estos mismos músicos. Pero nos resultó más interesante, en el nivel estructural, en el aspecto camerístico, y en la resolución de las dificultades, la segunda sonata en fa mayor, de la que destacamos el carácter desfragmentado con que acometieron las seis variaciones.
En cuanto a las piezas interpretadas individualmente, también nos gustó el contraste entre el desparpajo contenido de Conunova y la expresiva introversión de Zacharias, ambos produciendo, por tanto, una interpretación personal de su correspondiente partitura, al tiempo que respetando la idiosincrasia interpretativa de la música de Bach en lo referido al fraseo, la articulación y la dinámica.
En suma, como decíamos al principio, nos vimos ante un inolvidable colofón ya no de un concierto, sino de toda una temporada, capitaneado por estos dos maestros que se centraron exclusivamente en la proyección del elemento artístico, huyendo de todo tipo de exageraciones visuales y sonoras innecesarias. Solo destacamos una pega: que no encontramos a este magnífico dúo en el programa de la próxima temporada.