No cabe duda de que escuchar a Martha Argerich es un acontecimiento singular, y más aún si viene a dúo con el legendario Mischa Maisky; ninguno de los dos necesita presentación. Pero la pianista argentina canceló su participación en este evento, por motivos de salud, y fue sustituida por Lily Maisky, tal vez menos conocida, pero no menos interesante. Con el cambio de pianista aconteció también un cambio de programa, que en principio se centraba en Schumann, y pudimos recrearnos en un programa más variado que incluyó obras de Beethoven, Chaikovski, Brahms, Schumann y Manuel de Falla, sin contar con las propinas, que fueron muchas. El cálido ambiente y la magnífica acústica de la sala del Círculo de Bellas Artes contribuyeron a percibir con más claridad la sorprendente sintonía artística que existe entre estos dos maestros de su instrumento.

Con ademán sereno y concentrado se presentaron los intérpretes con una extraordinaria interpretación de las variaciones de Beethoven sobre el tema "Bei Männern, welche Liebe fühlen", de La flauta mágica. Serios en el gesto, pero supieron transmitir a la audiencia el humor que subyace en el original y, sobre todo, en la transformación, con un dominio incontestable del ritmo y de los contrastes dinámicos. Asimismo lograron independizar la obra dotándola de una energía peculiar, sin perder la apariencia espontánea y desenfadada de Mozart, pero mostrando el aplomo y la vehemencia de Beethoven.
Continuó el recital con una versión bien soldada que unificó el Nocturno núm. 4, op. 19, de Chaikovski con el Kol Nidrei de Max Bruch. Tal vez una versión demasiado contenida en tempo y fraseo para contrastar con el efecto producido por la obra anterior, donde se percibieron algunos desajustes en la afinación, pero que logró crear una atmósfera de recogimiento y calidez expresiva, sin llegar a ser lo mejor del concierto. Notable, por su parte, la interpretación de las canciones de la suite popular española de Manuel de Falla, donde percibimos un aire y un ritmo más o menos característico y marcado. Le podemos discutir al adaptador que los aditivos que le pone al chelo para colorear el contenido del piano son innecesarios, pues los efectos que crea Falla, por ejemplo, en el Paño moruno, comunican por sí mismos sin apoyos, y en este caso, más es menos.
De menos a más, qué duda cabe, se terminó de perfilar el concierto en una segunda parte que bien podría quedar enmarcada dentro de los grandes éxitos de este ciclo de cámara, con tres lieder de Brahms y otras obras de Robert Schumann. De apariencia sencilla, los lieder presentaban la distribución rítmica y la intensidad sonora que le es propia a Johannes Brahms. Ambos intérpretes lograron una interpretación donde la solvencia en estos elementos permitió a Mischa Maiksy proyectar una expresividad declamatoria francamente abrumadora, espaciando el discurso meticulosamente, sin apresurar el mensaje. Las piezas de Schumann, tal vez menos expresivas, pero sí más explosivas, si cabe, resultaron en cambio un ejercicio camerístico encomiable, donde el diálogo se convirtió en el elemento principal a través de una escritura enrevesada que fluyó con toda claridad de acuerdo a la solvencia pianística observada por Lily Maisky en el sonido y, sobre todo, en los planos contrapuntísticos reproducidos por el chelo con igualdad de articulación.
A la vista de esta segunda parte, no es de extrañar que no quisiéramos que el concierto terminase, y de ahí que ambos intérpretes nos ofrecieran hasta cuatro propinas integradas por obras de Rachmaninov, Debussy, Schubert y Kreisler. De este último compositor ofrecieron para terminar el magnífico Liebeslied –que posteriormente Rachmaninov le haría un arreglo para piano que supera al original–, dando por terminado así un concierto que será difícil superar por los más grandes que vengan en el futuro.