Seis Conciertos para diversos instrumentos (Six concerts avec plusieurs instruments): este es el título oficial de los más conocidos como Conciertos de Brandeburgo, lo cual es ya una declaración de las intenciones de Bach sobre la función de estas obras. Ciertamente entretener, siendo obras para la corte del Margrave, pero también explorar las combinaciones tímbricas y sonoras de los instrumentos e instrumentistas a su disposición, al igual que llevar a cabo su personal elaboración de la forma del concerto, de ascendencia italiana, pero que en las manos de Bach alcanza unas cotas antológicas. Lo cierto es que en seis conciertos dejó un dechado de variedad expresiva, portentosos recursos y además una convivialidad al hacer música juntos, que Café Zimmermann, el conjunto francés encargado de la hazaña anoche, destacó a través del alternarse de los roles solistas y aprovechando el espacio para ahondar en las sonoridades bachianas.
Los conciertos no se tocaron en orden, sino que se comenzó por el cuarto y se terminó por el segundo, probablemente para explorar al máximo los contrastes tonales, así como las varias modificaciones de orgánico, en lo que fueron casi dos horas de música por lo general de muy alto nivel. Se comenzó con los conciertos más íntimos, que requieren un orgánico más reducido y en el que el protagonismo está confiado a la dulzura de las flautas, en el número 4 en sol mayor, y al entramado de la cuerda, en el número 6, en si bemol mayor. Se adoptaron unos tiempos bastante contenidos, que permitieron resaltar la riqueza melódica, dando lo mejor de sí en los tiempos lentos. En los movimientos iniciales de ambos conciertos, se constataron algunas incertezas en la afinación, que provocaron algunos pasajes bastante emborronados. Asimismo hubo, ya en estos dos primeros conciertos, momentos muy destacables como el Andante del primero de ellos, con el diálogo entre las flautas o el contrapunto del violonchelo en la giga final del sexto concierto.
Una dimensión más amplia y contundente nos aguardaba en el Concierto núm. 1 en fa mayor. Con la entrada de las trompas y la sección de madera, este es probablemente el que más se acerca a la concepción del concerto grosso. Las trompas barrocas concentran siempre la atención siendo un instrumento de compleja técnica y al mismo tiempo caudaloso volumen, pero cabe decir que salvo una entrada algo abrupta, estuvieron impecables en afinación y dinámicas. Igualmente en el movimiento final, con su curiosa articulación, brillaron las maderas en su diálogo con los demás instrumentos e imprimieron una rotunda vitalidad a toda la pieza.
Siguió el Concierto núm. 5, que promueve un uso visionario del clavicémbalo, con su protagonismo casi absoluto. Brilló sin duda Céline Frisch, quien ya había realizado eficazmente su tarea de acompañamiento y bajo continuo, y que ahora destacó por una construcción cristalina del complejo primer movimiento, con unas cadencias intensas y elegantes, alcanzando asimismo el máximo lirismo en el movimiento lento junto a la flauta. El movimiento conclusivo retomó el espíritu del primero y desarrolló un entramado entre la cuerda y el clave marcado por el equilibrio y la búsqueda inagotable de efectos y recursos melódicos.
Para concluir, Café Zimmermann apostó por la vitalidad arrolladora. Tanto el tercero como el segundo concierto, en este orden, se caracterizaron por la vigorosa sonoridad, una afinación ahora ya sin fisuras y una capacidad notable de conjugar la estructura armónica contrapuntística con los tiempos de danza presentes en algunos de los movimientos. En el concierto final, el número 2 en fa mayor, se agregó la trompeta de Gabriele Cassone que no defraudó en cuanto a virtuosismo y potencia sonora. El resto del conjunto sonó con determinación en los movimientos externos, y con igual delicadeza en el Andante donde la tesitura de la madera se empastó con solemnidad con una trompeta contenida.
El conjunto francés se creció progresivamente, comenzando de forma algo titubante, pero consolidando sus medios según se formaba el camino de estos Conciertos de Brandeburgo que es poco frecuente escuchar de manera integral y menos en los tiempos que corren. Siempre queda, frente al genio de Bach, la sensación de que siempre hay algo que descubrir y por tanto algo más que exigir a los intérpretes, pero la ejecución de Café Zimmermann fue, en la mayoría de sus momentos, magistral e inspirada. Un regalo de Bach y para Bach en el día del aniversario de su nacimiento.