El teatro musical de cámara en la Fundación Juan March cumple una década, tal y como anuncian en el programa de mano, y durante este tiempo se ha convertido en una cita ineludible para los que deseamos escuchar nuevas propuestas sonoras o que, simplemente, amamos la música de cámara. Me gusta pensar en estas plantillas alejadas de la tradicional orquesta como una oportunidad, un lienzo en blanco para el compositor a través del cual puede explorar nuevas sonoridades, texturas o, simplemente, tratar temas más livianos como es esta correspondencia entre el emperador de Brasil Pedro I y su amante.

João Guilherme Ripper crea toda una escena musical para este intercambio de cartas en el que integra la música de salón decimonónica con ritmos populares brasileños y las técnicas e innovaciones de la música académica actual. Todo ello con un resultado bastante redondo y natural, en el que las transiciones de un estilo a otro no resultan abruptas en absoluto. Borja Mariño decidió completar la representación de Domitila con dos piezas más de Ripper: Pour le piano, que hizo las veces de preludio con un sonido que indudablemente nos traslada a la música de los salones en los que transcurriría la vida social de los aristócratas portugueses. Finalizó con el rítmico y juguetón primer movimiento de la Cine Suite, quizás algo más anticlimático, pero que sirvió para hacer retornar al espectador del mundo de Domitila a la vida real. En ambos casos, el pianista logró un sonido rico en los graves capaz de envolver al oyente.
El trío integrado por Borja Mariño, Irene Martínez Navarro y Esteban Jiménez hizo una labor impecable, asumiendo el doble papel de intérpretes y actores su ejecución fue absolutamente minuciosa. A destacar la musicalidad y presencia del clarinete, con unos fraseos muy claros y bien articulados; pero, sobre todo, la capacidad de los tres para esgrimir una coordinación perfecta incluso en partes como el Interludio en el que lograron una igualdad y equilibrios realmente admirables teniendo en cuenta el complejo fraseo que propone Ripper para este número.
El papel de la soprano resulta realmente complejo teniendo en cuenta la amplia paleta de emociones por las que pasa su personaje mediante la lectura de las cartas de su amante Pedro I. Líneas de gran naturalidad que dialogan con la voz hablada dan lugar, posteriormente, a vertiginosas danzas en las que el ritmo y la acentuación de la línea melódica se vuelven de suma importancia. En este aspecto también se debe alabar la excelente pronunciación del portugués de Ana Quintans, un idioma inusual en el repertorio lírico ya que sus eses y erres no facilitan el apoyo vocal, pero que la lisboeta supo resolver con notable éxito. En las partes más solemnes, hacia el final, Quintans hizo gala de un mayor lirismo en el que no pudimos evitar encontrar ciertos dejes de resignación en una excelente interpretación de las emociones de Domitila. Y en este aspecto es en el único que veo flaquear esta propuesta de la Fundación Juan March, el Teatro de la Zarzuela y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá: la parte emocional.
La música de Ripper ya logra transmitir de forma bastante notoria las emociones de Domitila al leer las cartas de Pedro I, sin embargo, deja cierto lugar a la imaginación del oyente. La propuesta de Nicola Beller Carbone cercena completamente las alas que el compositor da al público imponiendo su interpretación de las emociones. Esta, además es bastante poco natural y produce una pugna entre lo que se escucha –ya sea música o texto– y lo que se ve, para la cual no encuentro justificación alguna.
Asistimos nuevamente al clásico problema en el que la dirección de escena secuestra la obra. En la ópera ya estamos acostumbrados a esto, esperemos que en el teatro musical de cámara no se convierta en norma.