Por primera vez en 90 años, La tempestad de Ruperto Chapí volvía al Teatro de la Zarzuela en versión concierto, con tan sólo dos funciones. Se trata, sin duda, una de las grandes olvidadas de nuestro género lírico, y que por diversas razones, especialmente por su dificultad vocal, prácticamente no se interpreta hoy en día. Tiene claramente características operísticas, y referencias e influencias de la música que estaban haciendo en aquel momento Wagner, Meyerbeer o Gounod. Y no defraudó.
Para ello, el Teatro de la Zarzuela contó con un elenco de lujo: voces por lo general ya consagradas y con mucha experiencia en el repertorio operístico y de zarzuela: la pareja de enamorados, Ángela y Roberto, en este caso la conforman una soprano y una mezzo: Mariola Cantarero y Ketevan Kemoklidze. La primera, con un amplio repertorio belcantístico a sus espaldas, interpretaba un rol de características vocales que recordaban al último Verdi o Wagner, enfrentándose a una textura orquestal densa y compleja. La soprano granadina estuvo quizás más acertada en los números de conjunto (de una calidad extraordinaria, por cierto) que en su única romanza, donde los ataques no eran tan precisos y la dicción no fue del todo correcta. La mezzosoprano georgiana Ketevan Kemoklidze desplegó una voz con enorme volumen y buen control de afinación, los ataques, muy apropiados para el personaje que interpretaba, fueron asimismo estupendos.
El reparto masculino lo componían dos tenores y dos bajos. Beltrán fue interpretado por el tenor José Bros, con un gran volumen de voz que consiguió penetrar la masa orquestal y escucharse perfectamente. Es quizás el personaje con más material para cantar, y el tenor barcelonés cumplió, quizás no con tanta precisión en los agudos, pero consiguiendo sobresalir en presencia, tanto en las romanzas como en los números de conjunto. El personaje de Simón lo interpretó el barítono Carlos Álvarez, quizás el más sobresaliente de todos. Se llevó la gran ovación del público tras la primera romanza, se comprendían cada una de las palabras a la perfección, y sus agudos sorprendieron a todos los presentes. Carlos Cosías interpretó el papel cómico de Mateo, con la gracia adecuada y con un timbre muy agradable. Alejandro López interpretó con seriedad el papel de juez.
El Teatro de la Zarzuela optó por ofrecer una adaptación del libreto realizada por Alberto Conejero, y, al prescindir de los diálogos, incluyeron un narrador, en este caso Juan Echanove, quien narró los acontecimientos aportando el dramatismo y carácter que requería la obra. El actor madrileño supo mantener el interés y captar la atención sobre el recitado. La labor de Guillermo García Calvo fue magnífica al frente de la ORCAM (nos encantaría disfrutar de la presencia del director en España con más frecuencia). Supo crear grandes contrastes dinámicos, consiguiendo destacar cada sección tímbrica de la orquesta, y ofreciendo un buen equilibrio entre instrumentistas y cantantes, especialmente palpable en los números de conjunto, y creando momentos de gran emoción. Por su parte, el coro comenzó la función algo desubicado, pero poco a poco consiguieron un empaste y timbre adecuados.
Sin duda, escuchar esta partitura de Chapí ha sido una gran revelación: la zarzuela es de gran dificultad, tanto vocal como orquestal y, definitivamente, debería representarse más a menudo. Esperemos que, gracias al buen nivel interpretativo que se ha dado en estas dos únicas funciones, vuelva a los teatros.