François López-Ferrer, al mando de la Orquesta de Radio Televisión Española, ofreció un intenso periplo a través de cuatro piezas sabiamente escogidas, aunque un tanto heterogéneas. Lo que podría ser un programa episódico, en manos de López-Ferrer se convirtió en una experiencia musical cohesionada que mantuvo nuestra atención de principio a fin, ya que tanto director como orquesta tejieron una narrativa que construyó un evidente puente emocional con la audiencia.

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Santiago Cañón Valencia y François López-Ferrer junto a la Orquesta Sinfónica de RTVE
© Orquesta Sinfónica de RTVE

A esto se sumó la presencia estelar de un gran chelista emergente, el colombiano Santiago Cañón Valencia, quien reclama abiertamente un sitio entre los grandes de la actualidad. Su presencia con el desafiante Primer concierto de Shostakovich generó la máxima expectación, con una palpable presencia de violonchelistas en la sala. Desde el primer acorde del Allegretto, Cañón exhibió una técnica inapelable en las intrincadas transiciones y los continuos cambios de registros. El tempi desaforado, en línea con las grabaciones de Rostropovich, multiplicó más si cabe la tensión emocional. Fue asimismo crucial la trompa de un Vicente Puertos casi infalible que complementó y enriqueció la narrativa del concierto. Su hermoso dúo, evocación de la confrontación entre el opresor Stalin y el victimizado compositor, representado por la voz del chelo, fue sobrecogedor. En el doliente Moderato Cañón exhibió un sonido cálido y un fraseo rico en inflexiones que culminaron en la sucesión final de armónicos artificiales. Una introspectiva Cadenza con amplios silencios desembocó en una espectacular y obstinada recreación del mecanicista Allegro con moto. La respuesta del público fue entusiasta, obteniendo dos propinas bachianas: Preludio y Sarabanda en versiones tan atípicas como renovadoras. Una única pega, el volumen proyectado por el chelo, aunque esto, más que hablarnos de Cañón, puede ser un reflejo de la limitación de su instrumento.

Previamente, disfrutamos de Galdosiana de Laura Vega, obra que, desde su estreno, ha encontrado su lugar en los atriles de muchas orquestas españolas. Hecho poco común, que es reflejo de la calidad de una pieza que alberga una rica paleta de emociones. Es una partitura plena de lirismo y dinamismo, en la que Vega muestra un magníifico control, sin caer en lo previsible. Si bien el clímax central roza lo convencional, el subsiguiente solo de la concertino y un camerístico diálogo redirigen hábilmente el discurso musical hacia un potente final que transita de lo evocador a lo más atávico.

Les Offrandes oubliées, obra de juventud de Olivier Messiaen, es un ejemplo prematuro de sus inquietudes místicas. Tuvo alguna dificultad Ferrer en dar forma en La cruz a la naturaleza contemplativa de la obra, resintiéndose la conexión emocional que esta música requiere. Más acertado fue El pecado, que por su ímpetu evocó curiosamente varios momentos de la obra de Laura Vega. La Eucaristía final se abrió con una entrada a destiempo, anecdótica ante el despliegue de un sonido cristalino y compacto por parte de las cuerdas.

Tras todo este desarrollo, difícilmente Iberia podía decepcionar, y así fue. La ORTVE nos sumergió en un mundo sonoro imaginativo y exuberante que destiló calor y aroma español. Maderas susurrantes, cuerdas pintorescas y una exquisita definición de planos hicieron de la intrerpretación un auténtico deleite. Desde el repicar de las castañuelas hasta los poderosos acordes de los metales, López-Ferrer extrajo un sonido pleno de carácter pero siempre desde la claridad y la precisión. Es de agradecer que no abusase del tópico español, dando vida a una visión autenticista de la España de Debussy, ajena a los peores clichés. Hubo la máxima sensualidad en Les parfums de la nuit y energía contagiosa en Le Matin d'un jour de fête. Un final perfecto para una noche cargada de momentos memorables.

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