Está claro que algunos hechizos tardan tiempo en cocinarse: el público madrileño ha tenido que esperar tres siglos para sucumbir ante la magia de Alcina. El que iba a ser uno de los proyectos estrella de Antonio Moral fue postergado con su salida del Teatro Real y ha sido recuperado ahora por Joan Matabosch. Aunque Moral, artero, se adelantó al estreno con una versión de concierto el año pasado en el CNDM, esta coproducción con la Ópera de Burdeos ha permitido por fin presentar escénicamente en Madrid esta obra maestra de Händel. La función estuvo a la altura de las expectativas, sobre todo aupada por una extraordinaria pareja protagonista, pero el conjuro teatral de David Alden se quedó a medio pronunciar.
En Alcina Händel escribió algunas de las páginas vocales más bellas de la ópera barroca, inspirado sin duda por el elenco con el que contó para el estreno en Londres, con Carestini y Negri a la cabeza. El papel de Alcina es quizás uno de los roles de soprano más completos y mejor perfilados de la ópera barroca. Cada aria es un ejercicio progresivo de profundización psicológica y la canadiense Karina Gauvin supo revelar todos los claroscuros de la fascinante maga. Su Alcina es eminentemente lírica, sostenida sobre una voz cálida y redonda en el centro, algo corta por arriba y a veces un poco tragada, pero siempre apoyada sul fiato. La satisfacción regia de su aria de entrada (marcando con vibrato y bello acento cada detalle de su isla) dio paso a un monumental "Sì, son quella", de un lirismo desnudo construido sobre una media voz limpísima. Gauvin renuncia a crear una maga exótica y poderosa, y subraya, sobre todo en unos da capos sutiles y comedidos, una feminidad más íntima que seductora. Una maga que se derrumba pero que se crece en su afirmación del amor, con un "Ah, mio cor" de cortar el aliento.
El Ruggiero de Christine Rice conectó con ese lirismo y mantuvo durante toda la función ese nexo de amor imposible entre ambos personajes, sostenido por algo más que un hechizo. Rice lució su instrumento rico y en plena forma, una cálida voz timbradísima en toda la tesitura con la que construyó una masculinidad elegante y soñadora. Su "Verdi prati" fue una bellísima y ya nostálgica declaración de amor a Alcina. Aunque no tiene una voz especialmente flexible, la coloratura en "Sta nell’ircana" estuvo perfectamente ejecutada y ligada.
El resto del reparto, a otro nivel, estuvo encabezado por la divertida Morgana de Anna Christy. El instrumento es muy ligero con un timbre algo pálido y estrecho, pero utilizado con corrección técnica. Algún apuro por arriba impidió mayor lucimiento en un bien ejecutado "Tornami a vagheggiar". El papel de Bradamante es un lujo para cualquier mezzo barroca y tiene los mimbres, canoros y dramáticos, para robar el protagonismo al resto de los personajes. No fue el caso de Sonia Prina, cantante de técnica heterodoxa que ha dado lugar a una chirriante mezcla de registros completamente desconectados. Su Bradamante fue caricaturesco en las partes de bravura, con una coloratura imposible y llena de aire en "Vorrei vendicarmi". Entre los personajes secundarios sorprendió Erika Escribá como Oberto, con una muy buen resuelta "Barbara! Io ben lo so". Correcto y algo plano el Melisso de Luca Tittoto, y entregadísimo a la producción y con buenos detalles de fraseo el Oronte de Allan Clayton, algo superado técnicamente.