El denominado género chico, zarzuela de corta duración y temáticas que abordaban asuntos cotidianos, es un género muy complejo de abordar. En primer lugar, porque es un fenómeno muy propio de su época: el pórtico de la modernidad. Es una España que deja de ser imperio, que ya no mira a ultramar, sino a sí misma. Un pueblo que intenta ser moderno sin abandonar la tradición, mientras ideologías como el socialismo y el anarquismo intentan provocar cambios en la sociedad, como bien refleja el personaje de Wamba. Un mundo que el ferrocarril hacía cada vez más pequeño. Una realidad en constante cambio expresada de forma satírica. ¡Casi nada! 

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Milagros Martín, Gerardo Bullón, Lara Chaves y Alberto Frías en El bateo
© Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

La penúltima producción del Teatro de la Zarzuela coloca sobre el escenario dos de las zarzuelas de género chico más famosas: El bateo, de Federico Chueca y La revoltosa de Ruperto Chapí. El género chico es, además, prácticamente folklore madrileño y, puesto que Madrid es una urbe, podríamos denominar que es un fenómeno ya de música urbana. Es decir, es más cercano a un concierto de Rosalía o C Tangana, que a una ópera de Puccini, por mucho que coincida temporalmente con éstas últimas.

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Escena de El bateo
© Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

Por tanto, es un error tratar de igualar La revoltosa a La bohème o El bateo a Pan y toros, la producción que también dirigió Juan Echanove la pasada temporada 22/23. El bateo y La revoltosa son zarzuelas populares, y la escena no lo fue en absoluto. Ni la coreografía, ni el vestuario, ni el movimiento de unos actores excesivamente rígidos, ni la distribución absolutamente caótica sobre el escenario. De hecho, podría decirse que la propuesta de Echanove es una sátira de lo popular, como alguien que jamás ha salido de El Viso y Salamanca cree que debe ser Villaverde, una suerte de despotismo ilustrado que es absolutamente opuesto al sentir de finales del XIX y a la estética del verismo. Ambas zarzuelas se perciben falsas e impostadas en lo que supone un fracaso escénico sin ambages.

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José Julián Frontal, Alberto Frías, Ricardo Muñiz y Berna Perles
© Elena del Real | Teatro de la Zarzuela

Un problema similar se da en lo musical, aunque en este caso es más discutible. El coro, principal protagonista de El bateo es demasiado amplio y pesado. Antonio Fauró debería haber metido la tijera a su plantilla y diseñar unas líneas más ágiles y livianas —más populares—, lo que también hubiera ayudado a quitar “ruido visual” del escenario. Sin embargo, he de admitir que logró un buen equilibrio vocal y nos dejó momentos muy agradables como el "Popurrí de organilleros" que interpretó la sección femenina del coro. Fue un placer volver a escuchar a Óliver Díaz en el foso del Teatro de la Zarzuela. Aunque comenzó un tanto dubitativo con los tempi, fue capaz de ofrecer unas líneas melódicas repletas de detalles y exuberantes en cuanto a las dinámicas.

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María Rodríguez, Milagros Martín y Blanca Valido en La revoltosa
© Javier del Real | Teatro de la Zarzuela

El reparto estaba sin duda pensado más para La revoltosa que para El bateo. Mientras que en la primera la caracterización de los personajes fue excelente, en el segundo no terminó de funcionar, con la excepción de Gerardo Bullón, quien hizo un muy adecuado papel como Wamba, pero que, sin embargo, hizo de Felipe un personaje soso y poco seductor —cuando se le presupone un Don Juan—. Vocalmente fue poco interesante, especialmente en un "Dúo de Felipe y Mari Pepa" que pasó sin pena ni gloria. Toda una pena. Las "Guajiras de Soledad", interpretadas por Blanca Valido fueron en la misma línea. Ni interesantes en lo lírico, ni en lo popular. Al final, lo más disfrutable fueron los momentos cómicos de José Manuel Zapata, que destacó más como el Sr. Candelas, o los movimientos más corales y ágiles como el Cuarteto de La revoltosa. Todo lo demás muy mediocre para el empaque que se ha querido dar a un género cuya fuerza reside, precisamente, en lo sencillo.

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