“¡Ya verás que música más buena vas a escuchar!” Fui advertido por uno de esos contactos que los críticos tenemos para saber qué esperar cuando asistimos a un estreno. Y es que, incluso los estrenos absolutos, tienen un ensayo general, y uno o varios pregenerales, que quitan un poco de misterio a todo este asunto del estreno. Pero da igual que varios de los asistentes hayan escuchado parte o toda la música ya, cuando en el cartel pone “Estreno absoluto”, todos disimulamos, aunque nos hayamos pasado días tratando de averiguar cualquier información al respecto para ir planteándonos por dónde va a ir la crítica. Y en esas, yo, que en loor a la profesión periodística había hecho la pregunta pertinente, “¿qué me tengo que esperar, Fulanito?” Recibí la dichosa respuesta: “¡La música es muy buena!”, ¡y vaya si tenía razón! ¡Demasiada razón!
La instrumentación de Díez Boscovich para el libreto de Lope de Vega es grandiosa. Mucha cuerda, armonías colosales, percusión constante... Excepto por algunos ritmos más bailables y el sonido de la pandereta en las escenas taurinas, Díez Boscovich se sitúa más cercano a Pedrell que a Bretón en el debate sobre la ópera española, pero aún más cercana es su música a Puccini o a Strauss. Sin embargo, es difícil imaginarse con esa música la villa de Olmedo, la Castilla del siglo XVII, un corral de comedias o unos personajes tan campechanos como los que crea Lope. Tampoco ayuda a la narración de la historia que Díez Boscovich mantenga al espectador en un éxtasis constante: doña Inés recibe la carta de la alcahueta con la misma emoción que se encuentra a su amante, más adelante. Todo es tan emocionante, tan intenso que, al final, nada lo es. Ni siquiera el momento del asesinato o el espectacular réquiem último logran destacar en un maremágnum de armonías extravagantes y excesos de instrumentación.
El resultado final es una obra disparatada, con muy buena música, sí, pero con una capacidad dramática absolutamente nula. La música de Díez Boscovich no es capaz de contar nada, pero suena muy bien. También es absurdamente exigente para los cantantes. Las líneas de doña Inés enseguida alcanzan agudos brillantes, a los que Rocío Pérez supo dar gran emoción y musicalidad. Joel Prieto encarnó a un don Alonso con mucha presencia vocal, cuyo timbre aterciopelado destacó tanto en el dúo con Rocío Pérez como con Francisco Pardo en las escenas finales. Destacó también de Prieto su registro medio-grave y su pasión, controlada para no sonar forzada.
Quien mayor éxito tuvo la noche del estreno fue Germán Olvera. El mexicano hizo un trabajo brillante en el papel más agraciado de Díez Boscovich. Las líneas rítmicas y furiosas de don Rodrigo encajaron muy bien con la excelente fuerza y proyección de Olvera. Su dúo con Gerardo Bullón (don Fernando) fue lo mejor de la velada, ya que tuvieron la suerte de estar acompañados de una orquesta que García Calvo supo cohesionar correctamente para crear un ostinato rítmico y con mucha tensión. Nicola Beller Carbone también hizo un buen papel como Fabia, un personaje curioso al que Díez Boscovich da unas líneas ágiles y casi cabareteras que la soprano hispano-alemana supo resolver muy bien.
Berna Perles y Rubén Amoretti hicieron un trabajo adecuado en la multitud de números conjuntos que hay a lo largo de la ópera. Por último, el coro estuvo mucho más preciso en la escena taurina y en el réquiem que en el inicio que no terminó de encajar. Con esa salvedad, se notó un gran trabajo en los ensayos tanto por parte de las voces como de la orquesta, logrando mostrar una cohesión que no siempre es fácil de lograr en obras contemporáneas.
La música de Díez Boscovich, aunque la hemos juzgado inapropiada para el libreto elegido, es muy buena y capaz de crear momentos de gran intensidad, aunque no siempre sean necesarios para la escena. A pesar de la crítica, cabe destacar la labor del equipo del Teatro de la Zarzuela por estrenar nuevas obras. ¡Ya daremos con la tecla, lo importante es seguir tocando!