Al igual que en el poema de Bécquer, Las golondrinas vuelven al escenario del Teatro de la Zarzuela y, aunque la producción de Giancarlo del Monaco se estrenó ya en 2016, no ha perdido nada de su frescura original. El italiano explota al máximo la estética circense, permitiendo a los personajes salir del escenario y pasearse entre el público. Es una práctica habitual del circo, donde la cuarta pared, al contrario que en el teatro, es inexistente. Con ello, del Monaco consigue integrar a la audiencia en la escenografía y trasladarla en el tiempo y el espacio al Teatro del Circo Price de la plaza del Rey a principios del siglo XX. También ayuda en este viaje el excelente vestuario de Jesús Ruiz. Histórico y a la vez innovador, hizo de la escena de la pantomima un auténtico espectáculo para la vista, sin restar mérito a la coreografía de los artistas de circo y los propios cantantes, en la cual se ve la buena mano de Barbara Straffolani.
No sé si la pantomima será la mejor parte de la ópera, pero fue, sin duda, la que más disfruté. A ello contribuyó, además de la excelente escenografía y movimiento escénico que ya hemos comentado, el papel de una orquesta que estuvo más presente que en otras ocasiones. Juanjo Mena supo darle a la parte instrumental una gran profundidad y emoción que destacó especialmente en el final del primer acto. También fue muy memorable el preludio del tercer acto, con unos pizzicati y unos detalles de los vientos muy precisos. No obstante, Mena no supo calcular siempre bien la intensidad, sobrepasando la voz de las cantantes especialmente durante el primer acto.
En cuanto al reparto de voces solistas, Raquel Lojendio fue la que más sobresaliente. Supo encarnar muy bien el papel de Lina, sonando inocente y clara hasta el número final del primer acto, cuando su voz se vuelve mucho más intensa y emotiva. Demuestra así la canaria la versatilidad de la que goza y que le permite ofrecer un registro que abarca desde la coloratura mozartiana hasta la expresividad de Verdi. La contraparte masculina, Gerardo Bullón, como Puck, destacó por su voz bien apoyada y proyectada. Mostró un registro agudo muy agradable en la serenata de la pantomima y encandiló al público al final de la ópera, con unas líneas melódicas repletas de intensidad, tal y como exige la narrativa final que el matrimonio Martínez Sierra diseñó para Las golondrinas.
El último vértice de este triángulo amoroso, Cecilia, fue interpretada por Ketevan Kemoklidze. Aunque sus registros medio y grave fueron muy sugerentes, abusó del vibrato en los agudos, entorpeciendo una dicción que es muy importante, ya que el libreto es uno de los fuertes de esta ópera. El resto de voces y el coro no tuvieron un papel tan destacado en cuanto a lo vocal, pero consiguieron darle ritmo narrativo a la obra y dar vida a unas escenas muy expresivas que bien merecen el precio de la entrada.
En esta versión de Las golondrinas, el mayor logro de Giancarlo del Monaco es hacer que el público se deje encandilar por la magia del circo. Olvidarse de lo que hay fuera y volver a ser niño otra vez. Al menos hasta el final del tercer acto, donde el macabro suceso que provoca la risa de Puck nos despierta de un sueño truncado en pesadilla. Pero déjense llevar, que la música de Usandizaga ya les indicará de forma precisa lo que deben sentir en cada momento.