Le cuesta al Teatro de la Zarzuela últimamente descolgar el cartel de entradas agotadas. Entre los recientes éxitos cosechados en la lírica, y aún latiendo el recuerdo del recital de Achúcarro, nos sorprenden nuevamente invitando a otra de nuestras leyendas vivas, nada menos que Lucero Tena, en esta ocasión acompañada por el magnífico arpista francés Xavier de Maistre. Los asiduos de la Zarzuela, además, recordamos la última vez que vimos a Lucero sobre estas mismas tablas, poniéndole el broche a Doña Francisquita, y nadie quería perderse un concierto en el que su presencia fuera constante. Así que, como digo, aforo completo, eso sí, con las obligadas butacas vacías propias de las medidas de precaución. La insólita agrupación, a saber, arpa y castañuelas, resulta también suficientemente llamativa para atraer al público curioso; a lo inhabitual de un recital de arpa se le añade el carácter percusivo de las castañuelas; pero también estamos al tanto de la trayectoria de Xavier de Maistre, asimismo asiduo de Madrid, y por ello presuponíamos que iba a acontecer un recital inolvidable. Esta es la primera vez que el músico francés actúa en el Teatro de la Zarzuela, y confiamos en que, dado el entusiasmo producido al término del concierto, quiera regresar pronto.
Naturalmente, también resultó extraordinariamente acertado el programa elegido para la ocasión, con una selección de maestros españoles que se extendía desde los tiempos clavecinistas del Padre Soler hasta las Danzas españolas de Manuel de Falla. Muchos escuchamos por primera vez la fantástica Sonata, op. 13 para piano de Mateo Pérez de Albéniz, y el Viejo Zortzico de Jesús Guridi. El resto del programa, una cuidada selección de obras que todos conocemos en su versión para piano o para guitarra. Excelentes, por cierto, los arreglos del propio Xavier de Maistre y de Marcel Grandjany, haciendo idiosincrásicas del arpa unas obras previstas para otros instrumentos. Aunque seguramente a todos nos habría gustado que Lucero Tena participara en todas las intervenciones, se fueron alternando inteligentemente las obras a dúo con las de arpa solo. Las que fueron a dúo generalmente se manifestaron o bien al “unísono”, en las que Lucero Tena doblaba el ritmo a Xavier de Maistre, o bien con carácter contrapuntístico, de manera que las castañuelas y el arpa dialogaban con líneas o efectos diferentes pero bien compenetrados. Tal vez resultaran estas últimas más interesantes, por cuanto al doblar el ritmo ocurría a veces que no se percibía una coincidencia total de las voces, o que la intensidad de las castañuelas sofocaba las líneas melódicas del arpa, dificultando su percepción. Se dieron estos problemas principalmente en la sonata de Mateo Albéniz y en la de Soler. Sin embargo también aconteció el fenómeno de la declamación, en el que aún enfatizando un ritmo determinado este no sólo se percibió como un impulso, sino como una auténtico discurso sonoro que, a la postre, hizo de los errores simples anécdotas.
Con todo, en las partes de conjunto es obligatorio resaltar la capacidad comunicativa que se dio en la famosísima Asturias de Isaac Albéniz, y en la forma en que manejaron las intensidades crecientes en el inolvidable ostinato. Arrancó esta obra el mayor número de aplausos, que cedió generosamente el francés en todo momento a Lucero Tena. Y es que no le faltaron a Xavier de Maistre oportunidades para granjearse el favor del público con los arreglos para arpa solista. Nos sorprendió Granada, que pone a prueba a cualquier intérprete con esa sucesión de acordes arpegiados sobre la cual supo destacar un canto lejano o melancólico; y los Valses poéticos de Granados, interpretados con una delicadeza especial y con gran sentido unitario. Era de esperar que se llevara la mayor ovación tras los Recuerdos de la Alhambra de Tárrega, donde se mostró imperturbable ante unas notas repetidas que anteriormente se le habían resistido en la sonata de Soler. Terminado el concierto, y como era de esperar, no quisimos dar por despedidos a los intérpretes y pedimos más -todo el teatro en pie-; Lucero Tena regaló una de sus obras más conocidas, el intermedio de La boda de Luis Alonso, pero no sin antes dirigirse a todos para enumerar a quienes debía agradecimientos y recuerdos. Sin duda nosotros se los debemos a esta inusual agrupación y esperamos poder volver a verles pronto sobre un escenario. Mientras tanto nos quedaremos escuchando su música en su reciente grabación Serenata española.